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228 JOSÉ MARÍA ZAPIRAIN MARICHALAR ron alumnos que más tarde honrarían al Maestro. Realizó en su larga vida lo que el Dr. Gregorio Marañón escribió: «Los hombres dedicados a las disciplinas didácticas no deben jubilarse jamás». Si Maese Pérez murió «caído de boca sobre las teclas de su viejo ins– trumento que aún vibraba sordamente» en la Iglesia de Santa Inés, en la misa de una Nochebuena en Sevilla; el Maestro Olaizola murió, el 8 de junio de 1969, soñando en su órgano «Cavaille-Coll» de Santa María del Coro en San Sebastián. No creo forzar demasiado las palabras del Eclesiástico: «Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según la sucesión ... inventores de melodías musicales, compositores de escritos poéticos... Todos estos fueron honrados en su generación, objeto de gloria fueron en sus días ... » [4]

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