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. . 38 ESTUDlos BÍBLicos.-T. de Orbiso, O. F. M. Caip. gumento poderoso de esperanza para el .cristiano, pues no puede ser vana, ni quedar frustrada., ya que le ha sido infundida por el mismo Dios (propter Eum qui subjecit eam, in spe...). Y esa liberación por la que la creación ansía, está vinculada a la glorificación de los hijos de Dios: luego éstos pueden y deben esperar esa glorificación. * * * Y hagamos aquí punto final en la consideración de los motivos de la esperanza cristiana, según San Pablo. Hemos examinado cuatro prin– cipales y otros cuatro secundarios, espigados en todas las Cartas del Apóstol, y principalmente en la de los Romanos, y en la de los Hebreos. Los motivos son tan poderosos que hacen de la esperanza el áncora segura y firme del alma ( I 34): mas esa seguridad lejos de atrofiar o anular el esfuerzo humano, como en la doctrina protestante, lo estimu– la a cooperar con la bondad de Dios, que le ha preparado bienes tan excelentes, ·y quiere dárselos como corona de Justicia, merecida con sus buenas obras. De esa manera, la doctrina católica de la esperanza evita tanto el escollo de la presunción, como el de la pusilanimidad y desesperación. San Pablo presenta la esperanza como fruto de la justificación, pues ésta nos da la paz con Dios en el gozo de la esperanza de la gloria ( r 35). La justificación al borrar del alma todo rastro del pecado, y revestirla de la gracia y santidad misma de Dios, infundiéndole el espí– ritu de adopción, es para el creyente fuente de esperanza y prenda de salud. En el tema central de la Semana, la justificación, estaba pu~s muy en su punto el tema parcial de la esperanza. P. TEó_FILO DE ÜRBiso, O. F. M. Cap. bres: respícite et levate capita vestra = dvax6•.j,cn:a xm ~-rrcípa,;:a ,;:. XE(fl, úµffiv). Es1ai ex– pr,es-ión ya tan enérgica s,e refuerza con el vit'lrbo dn:axoéy:nm que con el énfasis de la doble p11eiposición, dice ,el ansia vehemente de fas ,criaturas q1.11e esperan con afán la ma,nifestación de l,a, gloria de ,los hijos de Dios. (r34) Hehr. 6, r9. (r35) Rom. 5, I. 2.

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