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2 ESTUDIOS BÍBLICos.-T. de Orhiso, O..F. M. Cap. beradamente los ojos a la realidad. Para el protestante el hombre por la prevaricación de Adán quedó enteramente corrompido en todo su ser, aun en sus ·facultades naturales; y esa corrupción le acompaña siempre e inficiona todos sus actos: y como los frutos de un árbol vi– ciado en su raíz son necesariamente malos, así las obras de los descen– dientes de Adán son todas pecados. La Redención de Cristo, aplicada al hombre en la justificación, no produce en él una renovación interior con la comunicación real de la justicia o santidad divina, sino que le deja tan pecador como era, si bien le consuela con la esperanza iluso– ria de que Dios no ve o no quiere ver su estado real de pecado, para no imputárselo, teniéndose por satisfecho con las obras de Cristo, sin exigir por parte del hombre más que la fe en El. Esta fe es, según Lu– tero, la fe justificante, o sea la certeza de haber sido justzficado por los méritos de Cristo: es la fides-fiducia, que excluye las obras, y se aroya sólo en la bondad de Dios mal entendida. Es la fe sola, que el Apóstol Santiago llama muerta, vExpá (Jac. 2, I 7-26), · porque no es de prove– cho alguno, así en orden a la primera justificación, como al aumento de la misma. La fe sola, sin obras, que erróneamente creen enseña San Pablo, cuando en realidad sólo excluye las obras de la Ley (Rom. 3, 28), mas exige las de la caridad: fides quae per caritatem operatur (Gal, 5, 6). Lutero, en la interpretación de San Pablo, es arbitrario; su exégesis está hipnotizada por ciertas e:xprf,siones del Apóstol, corno la «fides sola», el «imputari ad justitiam», el justificari gratis» y otras que ávi– damente recoge y triunfalmente esgrime para imponer su doctrina de la fe justicante, es decir, de la confianza plena y seguridad absoluta de la justificación. Esta doctrina la deduce Lutero sobre todo de la Epís– tola a los Romanos, cuyo Comentario hecho en Roma en 15 15, puede tenerse como el punto de partida del Protestantismo (2 k: Pero ¿qué firmeza puede tener esa confianza, ni qué descanso o tranquilidad puede proporcionar al alma? Si el hombre se mira a sí mismo, la vista de su radical corrupción, que lo imposibilita a ob1 ar el bien, y lo necesita a obrar el mal, no puede menos de producirle la tristeza, el pesimismo, la desesperación: y si para levantar el ánimo abatido, se vuelve a Dios, tiene que desfigurarlo, despojándolo de su veracidad y de su rectitud: pues Dios omnisciente no puede menos de ver al hombre en ·su estado real de pecador, y viéndole tal no puede, como suma Verdad que es, declararle justo: mientras permanezca pe~a- (2) M. J. LAGRANGE, Epitre aux Romains, págs. 137-41.

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