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468 Leocadio de Iza! éstos tienen que crear un orden humano, más conforme con su dignidad y con sus exigencias, generalmente no mensurables con cánones de justicia. A la equidad le compete, pues, una humanización del orden social, humanización que no es filantropía, sino respeto profundo de la persona humana. Por otra parte, siendo toda institución social, todo progreso social, todo aumento de la vida social, un resultado de la libre voluntad del hombre, lleva dentro de si un sello humano, una proyección de la mis– ma persona. Todos estos efectos sociales, creados por la actividad del hombre, no son otra cosa que testimonios de su indigencia meta– física, o de su alteridad. Su actividad los crea como medios para llenar la indigencia y realizar la alteridad dentro de la convivencia humana. Por tanto, las instituciones sociales, las relaciones sociales, la inter– dependencia social, el aumento de la vida social, en una palabra, la << socialización >>, ontológicamente implican una intencionalidad social y humana. Dentro de esta intencionalidad intrínseca de las instituciones sociales, creadas por el hombre, es donde ponemos el fundamento de la equidad, en el binomio justicia-equidad. Y el objeto no puede ser otro que las exigencias humanas de dichas instituciones. Un nuevo motivo para dar este contenido propio al concepto de equidad en la doctrina social de Ja Iglesia, encontramos al analizar la persona. La Iglesia, fundada en el principio de la dignidad del hom– bre, ha deducido una doctrina social clara a la que deben ajustarse las mutuas relaciones, habida cuenta de la naturaleza y de las circuns– tancias de la convivencia y de la índole peculiar de nuestro tiempo (79). La Iglesia, por consiguiente, deduce su doctrina social de la persona. Pero nunca contempla una persona estática, sino dinámica, en evolu– ción y progreso. No debemos limitar la evolución y el progreso a cosas meramente externas y accidentales, sino que se trata de progreso de los valores de la persona y de una evolución de sus facultades, en cierto sentido, de su ser. Esto indica que no evoluciona solamente su auto– nomía y su responsabilidad y conciencia frente a los otros, sino que (79) MM, 220.

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