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456 Leocadio de Iza! como una herencia sagrada (37). Por lo tanto, todos estos valores hay que respetarlos. Las naciones desarrolladas que asisten a las na– ciones en estado de subdesarrollo, debera'.n mostrar una consideración especial con estos rasgos típicos y no deberán inducir a dichas naciones a aceptar su régimen de vida (38). Por consiguiente, ningún hombre, ninguna institución del hombre puede considerar a una persona humana como un elemento subordi– nado, como un instrumento, o simplemente como una cosa que se ma– neja y se moldea arbitrariamente. La persona humana no puede sufrir una tal degradación. Toda realidad creada por el hombre, debe estar al servicio del hombre. El hombre, autor de su desarrollo El concepto del papa sobre la persona implica una autodetermina– ción de sí misma. El hombre es dueño de sí mismo, autor de su pro– greso, motor de los movimientos sociales y de las transformaciones sociales (39). El señorío de la persona constituye una cualidad esencial de la misma. La labor del Estado debe pretender siempre el crear para cada persona un margen de desarrollo o un espacio vital, en el cual pueda perfeccionarse sin quedar esclavizada a ningún elemento. Así el papa cuando habla· de la política social en el campo, pide que se dé a los agricultores la persuasión de que en el campo pueden afirmar y des– arrollar su personalidad con el trabajo, y conseguir un nivel de vida, tanto cultural como económico digno, sin que tengan que envidiar en nada al trabajador de la industria (40). La agricultura, en efecto, comprende todo lo que contribuye a la dignidad, perfeccionamiento y cultura del hombre (41). Sólo es necesario que el Estado persiga (37) MM, 181. . (38) MM, 170. (39) MM, 59, 63. (40) MM, 125, 127. (41) MM, 149.

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