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452 Leocadio de Izal nueva manifestación en la creación, que no es otra cosa que una difu– sión gratuita de su esencia. El hombre, cuyo valor esencial descansa en su participación de la esencia divina, tiene que ser comunicable. La dignidad del hombre aumenta por otro hecho en el que el papa insiste de una manera especial: << No queremos poner fin a esta carta sin recordar aquel principio gravísimo y lleno de verdad, por el que se nos enseña que todos somos miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia ... >> (23). << Por ello, exhortamos ardientemente a todos nuestros hijos que se formen plena conciencia de la nobleza y dignidad que se deriva para ellos de estar unidos a Cristo como sar– mientos a la vid >> (24). Así la dignidad del hombre se enriquece con un brillo mayor de transcendencia sobrenatural. La sociedad tiene que inclinarse con respeto profundo ante los valores de la persona humana. El hombre centro de la ordenación social Al realizar. el hombre su sociabilidad, como respuesta a su indigen– cia o alteridad, busca un espacio mayor en el que conseguir el pleno desarrollo de su persona. Por tanto, la naturaleza social del hombre exige que en la sociedad desaparezcan los obstáculos que impidan su perfeccionamiento o las estructuras que pretendan esclavizarlo. La doctrina. social de la Iglesia ha puesto de relieve siempre que las cosas, las instituciones, la sociedad están hechas para el hombre y no viceversa. Juan XXIII quizás lo haga con más insistencia que ningún otro. Ya en el principio de su pontificado encontramos la si– guiente confesión: << Tal es la enseñanza de la Iglesia, la cual para la solución de las cuestiones sociales ha fijado siempre la mirada en la persona humana y ha enseñado que las cosas y las instituciones - bienes, la economía, el Estado - son sobre todo para el hombre: no el hombre para ellas >> (25). El hombre entra en la sociedad c_on su perso- (23) MM, 258. (24) MM, 259. (25) Radiomensaje de Navidad 1959, en Discorsi, messaggi, cit. 87.

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