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UN HOMBRE LIBRE: S. FRANCISCO DE ASIS 259 y, con gran fuerza de voluntad, le entregó una moneda, al mismo tiempo que le besaba las manos y le daba un beso de paz. Montó nuevamente a caballo y continuó el camino. Desde entonces comenzó a despreciarse más y más, hasta llegar, por la misericordia de Dios, a una completa victoria de sí mismo» 18 • Después de este encuentro, Francisco visitará con frecuencia el hos– pital de leprosos cercano a Asís y se hará el amigo de ellos y de la gente marginada de aquella sociedad de la Edad Media. Con agrade– cimiento para el Señor, al final de su vida, lo recordará en su Testa– mento: «El Señor me llevó entre los leprosos y los traté con misericordia y lo que antes me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo». Esta liberación fue, sin duda alguna, de gran importancia en el des– cubrimiento de la libertad. c) Libe1raci6n de la ri~qu.eza. Uno de los mayores servilismos, al que suelen estar sometidos los hombres, está en linea con el mayor o menor número de riquezas. Francisco, hijo de un rico mercader, en su nueva andadura, tendrá que liberarse también de ellas. Una ocasión propicia se le presentaría en 1206 con motivo de la «feria anual» que se celebraba en Foligno, centro comercial muy conocido en el siglo XIII. Así narra Celano la aventura: «Levántase, pues, y armado con la señal de la santa cruz, monta en el caballo que al efecto tenía dispuesto, lo carga con ricas piezas para venderlas y se dirige con ligero paso a la ciudad de Foligno. Allí, vendidas según costumbre las mercancías que traía y tomado el precio equivalente, el dichoso comerciante se desprende también de su cabalgadura. En su regreso a la ciudad de Asís, vio, no muy distante del camino, una iglesia edificada en otro tiempo en honor de san Damián, pero que al presente, a causa de su mucha antigüedad, amenazaba próxi– ma ruina» :t 9 • Goethe describiría más tarde este camino como uno de los más bellos de Italia. Francisco se siente atraído misteriosamente y entra en aquella obscura capilla, donde el gran crucifijo le habla con estas palabras que tanto impresionaron a Francisco: «Francisco, ¿no ves que mi iglesia está ame– nazada de ruina? Anda y repárala por mí». Francisco lo entiende en 1s 3 Compaíieiros, 11. rn 1 Celano, 111. 8.

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