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202 SERGIO URIBE GUTIERREZ responsabilidad evangelizadora de los araucanos para entregársela a los jesuítas. Si es verdad que el señor Orrego apunta críticas muy justificadas a la actividad misionera de los capuchinos, sin duda sus conclusiones apa– recen exageradas a un observador imparcial. Este informe produjo una gran decepción en los misioneros capuchinos y exacerbó la iracundia del Prefecto que reaccionó con igual dureza y, en algunos puntos, con idéntica falta de razón. Este hecho desagradable marcó notablemente la vida de la Misión y, por desgracia, no aportó nada positivo; tal vez debido a la forma, más visceral que racional, con que actuaron ambas partes en la polémica. Accediendo a las muchas solicitudes que le hacían el Clero y los fie– les, el padre Angel Vigilia abrió casas capuchinas en otras ciudades. El año de 1855 se fundó un Hospicio en Concepción, al que fueron desti– nados tres sacerdotes y dos legos. El Obispo de aquella ciudad les en– tregó, el 30 de octubre de 1855, una capilla dedicada a San José, que an– tiguamente había servido de capilla fúnebre en donde velaban a los muertos algunas horas antes de su inhumación. Ese mismo año de 1855 se establecieron los capuchinos en la ciu– dad de Quillota, en un terreno que les ofreció don Ramón González, párroco del lugar. El año siguiente, por un problema surgido entre el dicho párroco v el Prefecto, esta casa pasó a la vecina localidad de San Pedro de Quillota: don Manuel Dueñas les ofreció un terreno amplio y apartado en donde los padres acomodaron una casa y construyeron una sencilla pero hermosa iglesita de adobes y madera. En 1867 se funda otro hospicio, esta vez en La Serena. También allí construyeron una capilla con su casa adiunta. La Iglesia no era muy concurrida por estar un tanto apartada del poblado. Los religiosos de este hospicio se dedicaban al apostolado de la predicación y del confe– sonario en las iglesias de la ciudad y en ]as cercanías. A estas fundaciones hay que añadir dos formas o actividades por las que el padre Angel Vigilia encauzó el apostolado de sus religiosos fuera de Araucanía. El primero es el apostolado de las misiones popu– lares predicadas en campos y parroquias, con una marcada acentuación sacramental, característica que marcará por más de un siglo el aposto– lado de los capuchinos en los camnos de Chile. Y ,iunto a este aoosto– Iado de las misiones populares, se fomentó el servicio de capellanías en lugares apartados y sin sacerdotes que las sirvieran y de otras capella– nías al servicio de ]as familias bienhechoras de la comunidad. Estas fundaciones y estas actividades pastorales, si bien eran de un apreciable provecho espiritual, quitaban vitalidad, interés y perso– nal al objetivo central de la venida de los capuchinos a Chile. Así lo sintieron muchos misioneros y lo hicieron presente -a veces en forma muy dolida- a los Superiores de Roma. En todas estas actividades aparecía la característica más notable que distinguió al padre Angel Vigilio: su extraordinaria capacidad de organización. La fortaleza de su carácter y su método personalista su– peraron todos los obstáculos que le salieron al paso y logró ver progre– so en su obra y en sus planes. Y por eso recibió el aplauso de muchos

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