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RELACION DE LAS MISIONES DE CHILE 239 81. Dejo a un lado todo esto y llamo a mis lectores a decidir si es o no es un hecho innegable. y una prueba a toda evidencia, que los chilenos aman y de– sean a los capuchinos. La enorme suma de ciento veinte mil francos que tra– je conmigo y que deposité en Roma con la exclusiva finalidad de pagar el viaje de los religiosos que se decidieran ir a Chile; esta suma, fruto de la piedad de aquellos buenos ciudadanos y que muestra su ilimitada confianza en mi hones– tidad sería suficiente para llevar a Chile (por Montevideo y Mendoza, que es el mejor camino bajo muchos aspectos) a no menos de doscientos religiosos. He querido agregar estos hechos a mi relación para que quede en evidencia que todo lo que he dicho en alabanza de mis queridos chilenos no es una exageración. [Exhortación a los hermanos capuchinos de Italia a ir a Chile] 82. Si algunos se sienten inspirados para hacer el bien y que en estas crí– ticas circunstancias no lo pueden hacer en Italia, que no pierdan más su tiempo en consultar su frío egoísmo que no conoce más bien que el que se puede hacer entre los estrechos límites de la propia patria. Que no pierdan tampoco el tiem– po en leer a algunos autores que, cuando tratan de las Misiones, hacen una larga enumeración de los lugares que ellos conocen, poniendo de relieve su urgente ne– cesidad de obreros evangélicos; y no dicen ni palabra de América del Sur, to– tal o parcialmente desconocida por ellos, [64] como si esa América no necesitara de hombres apostólicos capaces de hacer aquel bien que hasta ahora no se ha hecho. Y para justificar sus afirmaciones, censuran el bien que han practica– do otros, ridiculizando el modo o dudando de la autorización para hacerlo, co– mo si Roma concediese carta blanca --como ellos dicen- sin saber a quién ni para qué. Les repito: no pierdan su tiempo aquellos religiosos de buen espíritu ni en inútiles preguntas ni en perniciosas lecturas. 83. Soliciten del reverendísimo padre Procurador General de la Orden la santa Obediencia para ir a Chile: allí hay pan para todos, para el docto y el menos docto; para el predicador y el confesor; para el que ama la vida retirada del claustro y para el que se siente llamado a predicar el Evangelio entre los indígenas, sean bautizados, sean infieles. Vayan a Ohile todos los que aman la vida capuchina, y se darán cuenta que en ninguna otra parte podrán observarla como en ese país, donde todo ayuda para lograr esta noble finalidad. Vayan a Chile y encontrarán un clima incomparablemente más suave y salu– dable que el de nuestra Italia; encontrarán en abundancia todas nuestras frutas y muchas otras que aquí no se conocen. Si no encuentran allí suntuosos palacios o los magníficos templos de Roma o Venecia -cosas que no hace ni más fe– liz ni mejor a los hombres- encontrarán sí casas cómodas, iglesias devotas, fe– rrocarriles que se multiplican constantemente para facilitar el transporte y del que también puede servirse el capuchino que va a predicar la Palabra de Dios. Y además --esto es más importante aún- encontrarán tantos bienhechores cuantos chilenos existen: ellos se glorían de poder atender a los verdaderos hi– jos de san Francisco (así llaman a los capuchinos porque saben que ninguno de ellos posee nada y que si reciben dinero en la calle, apenas llegan al conven– to lo entregan al Superior; este es el motivo por el que somos tan estimados allí). 84. La observancia exacta de la santa Pobreza, la perfecta vida común, en la cual el hermano no posee nada y depende de su Superior, aun en las cosas más insignificantes: esa es la vida capuchina. Los Superiores igualmente cuidan

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