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238 SERGIO URraE GUTIERREZ como lo hicieron los que vm1eron con nosotros de Europa y• que ya son sacer– dotes en otras comunidades, muchos se harían capuchinos y con el tiempo la Provincia de Chile sería una de las más florecientes de la Orden. Pero para lo– grar esto sería necesario que un gran número de religiosos escogidos se decidie– ran marchar a Chile con el solo fin de llevar allí vida verdaderamente capuchina. En este caso se podrían organizar las misiones, tanto las de los indígenas ya bautizados y dóciles como las de los indígenas infieles. El sistema consistiría en poner al menos dos sacerdotes [62]) y un lego en cada Misión, cambiándolos cada dos o tres años para que no pierdan el espíritu religioso. Esta fue la finalidad pri– mordial cuando me propuse reunir tantos religiosos para Chile; por esta razón pedí al Santo Padre la facultad de llevar al menos cuarenta, sabiendo muy bien que si me hubiese resultado el plan, unos veinte religiosos -entre sacerdotes y legos- habrían sido repartidos en las Misiones y con los veinte restantes habría podido abrir nuevos hospicios entre los indígenas. Los otros diez o doce habrían quedado en Santiago, los habría ido enviando poco a poco a las misiones para sustituir a los que por enfermedad u otros motivos debían volver al convento. [Vuelta del padre Angel Vigilio a Italia] 78. Si alguno me preguntara por qué fundé el convento en Santiago, que dista más de ochocientas millas de nuestras Misiones y no lo hice en un lugar más cercano, le respondería que entre los indígenas no se puede vivir de limos– nas y que los religiosos tampoco podrían ejercer el sagrado Ministerio como lo hacen en la Capital y en otros centros poblados. Por tanto se verían obligados a vivir de una renta fija y en una constante ociosidad. Y si alguno deseara sa– ber igualmente por qué yo abandoné el campo de mis fatigas apostólicas para venirme a Roma 58 , respondo que realmente fue una disposición de la Divina Pro– videncia que muchas veces se sirve de instrumentos muy viles para realizar obras maravillosas. De hecho, ¿qué instrumento más vil que mi débil persona? 79. Cuando se corrió la voz que yo abandonaba Ohile, se despertó en aque– llos buenos chilenos un gran entusiasmo por mí. Me habría sido imposible partir si antes no les hubiera prometido volver pronto y con un buen grupo de reli– giosos para abrir nuevos conventos en los principales lugares de la República como lo deseaban y me lo hicieron saber con muchas instancias. 80. [63] Este entusiasmo no consistía sólo en las visitas de condolencia que me hacían principalmente los señores más calificados de la ciudad, o en las lágrimas y suspiros capaces de enternecer un corazón de piedra; consistía en expresiones más solemnes. No voy a hablar aquí de las credenciales honorífi– cas que espontáneamente quisieron darme los Superiores mayores de las seis comunidades religiosas de aquella ciudad, el Capítulo de Canónigos (el Arzo– bispo se encontraba ausente), la Curia y otras personalidades de alta catego– ría. No hablo tampoco de las cartas de petición dirigidas al Santo Padre para obtener mi pronto retomo; de las credenciales de aquel Gobierno que, por obli• garme en cierto modo volver a Chile, se dignó nombrarme su Enviado ante la Santa Sede. Conservo celosamente todos estos documentos. 58 En el original italiano hay una frase que está tachada, pero como está legible, damos su traducción por parecernos continuación lógica de la Relación: "...a Roma sin esperar una orden la Sagrada Congregación de Propaganda o al menos firmada por el Eminentísimo Cardenal Prefecto de la misma Sagrada Congregación, al cual corresponde llamar en forma exclusiva, a los Prefectos creados por él, respondo...".

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