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236 SERGIO URIBE GUTIERREZ aviso de tierra. Por fin, en la cima de un monte vimos desplegarse una gran sá– bana con una inscripción escrita en grandes caracteres que nos indicaba seguir viaje a Valparaíso. Y sin esperar más nos dirigimos hacia ese puerto. 73. Al día siguiente llegamos a Valparaíso. Inmediatamente partió desde allí otro vapor en busca de El Maule; después de ocho días nos enteramos que había naufragado y que sus tripulantes se encontraban en Valdivia 55 • Los indígenas que no tenían en su tierra más que tres o cuatro cabañas de paja, no podían imaginarse lo que era una ciudad. Al ver aquellas inmensas casas, ordenadas y dispuestas en calles, los comercios surtidos de infinidad de objetos del todo desconocidos por ellos, la multitud de gente, los carruajes y otras mil cosas nuevas a sus ojos, quedaron estupefactos. Yo, que les servía de guía y de cicerone, me veía obligado a detenerme a cada paso para satisfacer sus preguntas, muchas veces ingenuas. Un tanto cansado por esto y por sacarme de encima la nube de curiosos que nos observaba, comuniqué a mis compañeros que ya esta– ban preparadas las carretas para hacer nuestro viaje a Santiago. 74. Los indígenas no quisieron saber de carretas: se les había metido en la cabeza que las carretas eran para conducir prisioneros y no hombres libres. Y como ellos representaban una nación libre e invencible, me obligaron a proveerles de buenos caballos. Me vi obligado a acceder para no disgustarlos. Precedién– dolos en el camino nos ,dirigimos a la Capital que dista unas ochenta millas ita– lianas. En Santiago fueron hospedados en un regimiento de militares, con los que hicieron tanta amistad (algunos mapuches ya hablaban español, pero por con– servar el protocolo se servían de intérprete), que aprendieron muy. luego a vaciar abundantes vasos de [60] vino, mucho más apto para emborracharse que su fa. miliar pilcu. Me costó conseguir, que al menos un día dejaran de beber para acompañarlos a la entrevista con el Presidente de la República oue deseaba co– nocerlos y estrechar la amistad con los representantes de la heroica nación arau– cana. Obtenida la audiencia los conduje a palacio. Allí fueron recibidos por el Presidente y los Ministros con mucha cordialidad. Se habló del tema para el que había venido y ese mismo día se firmó un tra– tado o alianza entre el Gobierno y los araucanos: sólo faltaba que se enviaran a Toltén los colonos a tomar posesión del amplio terreno que los indígenas cedían en forma espontánea y gratuita. Después de algunos días de fiestas y francachelas, de hacer y recibir muchas visitas, provistos de buenos caballos, y llevando ves– tidos, sables y otros mil objetos curiosos, volvieron a su tierra para contar allí a sus amigos cosas jamás oídas ni imaginadas. La pérdida del valor El Maule y más tarde la de El Cazador, y algunos políticos mal intencionados que surgieron en la República obligaron al Gobierno a sus– pender toda actividad respecto de la Colonia de Araucanía. [Apostolado de los Capuchinos en Santiago y otras ciudades.] 75. El afecto y la veneración de los buenos chilenos hacia los pobres capu– chinos crecían notablemente. Su fama se extendía por todas parte~ v se multipli– caban 1-as solicitudes para obtener un capuchino que predicase misiones y otros dos que ayudasen a confesar. Me vi obligado a satisfacer estas peticiones enviando a los pueblos una y otra vez grupos de sacerdotes 58 • Estos grupos estaban fuera 55 El Maule, a pesar de sus averías siguió viajando regularmente al sur. El 20 de septiembre de 1872, naufragó frente aJ. Morro Cholñi, conocido hoy como Mo– rm Maule, muy cerca del actual Puerto Saavedra. Cfr. VALDERRAMA, o.e. p. 186. 58 El texto de esta Rel,ación, como también otras crónicas antiguas, llaman a estos grupos de predicadores "compañías de misioneros", y a las Misiones mismas "cursos de Misiones". Estas solían predicarse por nueve o diez días

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