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200 SERGIO ORIBE GUTIERREZ Los primeros días de enero de 1849 vemos a nuestro padre Angel Vigilia en las Misiones de Araucanía, recibiendo diez estaciones misio– nales de los franciscanos observantes y repartiéndolas entre sus súbditos. Deseando facilitar con medios adecuados el anuncio del Evange– lio a los araucanos todavía paganos, promueve la fundación de la So– ciedad Evangélica u Obra de la Propagación de la Fe. Esta institución fue solemnemente iniciada en la Catedral de Santiago a mediados del año 1849. A través de ella logró comprometer el interés de notables fami– lias e instituciones de la sociedad santiaguina y recolectar, al mismo tiempo, los recursos materiales para fundar nuevas estaciones misio– nales en lo que él llamaba "el corazón de Araucanía", es decir, en tie– rra de araucanos aún no bautizados. El apoyo prestado por esta Sociedad Evangélica fue grande y ge– neroso; pero el criterio un tanto calculista de algunos de sus dirigentes chocó, a veces fuertemente, con el idealismo misionero del Prefecto. Simultáneamente sobrevinieron circunstancias políticas que provo– caron fuertes roces entre el Gobierno y los araucanos: el Gobierno se creyó obligado a enviar sus tropas a Jas fronteras de Arauco y sus habi– tantes, seculares defensores de su independencia, rechazaron abierta– mente todo contacto con los huincas. Contra el parecer de algunos miembros de la Sociedad Evangélica el P. Angel Vigilio partió al sur a fines de noviembre de ese año de 1849 y se mdicó cerca de la desembocadura del río Cautín o Imperial. Nues– tro misionero fue poco a poco ganándose la benevolencia de los indí– genas. Y a fines del año 1850 nudo convertir en realidad la Misión de Imperial, enclavada en medio de araucanos no bautizados. El padre Angel Vigilia em un hombre de extraordinaria energía y de carácter emprendedor, aunque muy personalista. Veía que la gran responsabilidad apostólica que los capuchinos habían asumMo -y de la que él se sentía responsable- estaba muy por encima de los medios disponibles, tanto en pe:rsonal como en elementos materiales. El Gobierno no estaba en condiciones de proporcionarle ·estos úl– timos. La Sociedad Evaniélica, que podría habérselos dado, tenía cri– terios y planes diversos. El Prefecto se sintió coaccionado en su liber– tad y limitado en su realización. Por otra parte las circunstancias de la Iglesia en Italia no eran demasiado halagueñas: el laicismo y la persecusión de los Institutos re– ligiosos había disminuido notablemente las vocaciones y los noviciados muy menguados en número.. cerraban toda esperanza de refuerzo de personal desde la lejana Italia. Con estos antecedentes el padre Angel Vigilia concibió una uto– pía que vería realizada, al menos materialmente, en breve tiempo: fun– dar en Santiago un Colegio de Misiones que fuera el semillero de misioneros capuchinos chilenos y también la sede de la Prefectura Apos– tólica para tramitar más expeditamente con el Gobierno los asuntos de la Misión. Rápidamente obtuvo la licencia para la fundación, tanto del Go– bierno como del Arzobispado de Santiago. No conocemos el texto de la solicitud elevada a los Superiores Mayores de Roma, pero sí la res– puesta reticente y negativa de la Curia General de Capuchinos.

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