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RELACION. DB LAS MISIONES DB CHILE 233 Se me comunicó el proyecto rogándome que acompañase la expedición como experto conocedor• de aquellos lugares. Acepté esta invitación por no oponerme a un proyecto que no me parecía hostil y que de todos modos s·e iba a realizar. Y quise también apoyar con esto una posible salvación, en caso de apuro, de nuestros misioneros de Imperial y de los otros religiosos que, pasado el temor, ya habían vuelto a Queule y habían edificado allí una cabaña provisoria. Oportuna– mente escribí a estos dos últimos indicándoles el modo de ponerse a salvo si las circunstancias lo exigían. El Gobierno se sintió feliz de mi disposición de servicio y me dio una cierta [53] suma de dinero para comprar un terreno en caso que los indígenas quisieran vendérmelo: este era un nuevo signo de que nuestra expedición iba a ser pacífica. Y los hechos lo demostraron fehaciente– mente 52. 64. Zarpamos de Valparaíso en el verano de 1855 en dos vapores, El Cazador y El Maule, orillando las costas hasta ahora desconocidas de la famosa Araucanía. Contar las peripecias de aquella travesía, sería de nunca acabar: se trataba de buscar lugares aptos para futuros puertos y, por eso mismo, debíamos navegar muy cerca de la costa, siempre atentos para no chocar con los escollos, con la sonda continuamente en la mano para no encallar en un banco de arena. Nave– gando con estas precauciones llegamos a la altura de la Isla de la Mocha. Casual– mente el mar estaba tranquilo. Digo casualmente porque es muy difícil pasar entre la Mocha y los montes llamados Los Riscos sin experimentar la violencia de los vientos que soplan por esa estrecha garganta. La isla suele estar cubierta de una espesa neblina que no permite ver los muchos escollos que la rodean, es– pecialmente por la parte llamada Los Riscos. El Comandante hizo echar anclas a una milla de la costa y, mientras El Maule giraba en torno a la isla buscando los lugares mejores y más fáciles [54] nosotros subimos a los botes de desem– barque. •65. Mientras los oficiales se entretenían cazando torcazas y palomas silves– tres y los marineros cazando lobos marinos me dediqué a visitar a aquellos pobres pastores que viven ·casi ·como bestias. Encontré uno gravemente enfermo: lo confesé con alegría suya y mía. Luego se desencadenó una lluvia cerrada y el mar se puso agitadísimo por el viento norte que. soplaba precisamente en contra nuestra: fue realmente un mi– lagro poder rehacer la milla que nos separaba de nuestro barco en aquella débil embarcación. 66. Llegamos a bordo empapados, como si viniéramos saliendo de un baño, tirita.ndo -al menos yo- más de miedo que de frío. Tres horas despu~s nos en– contramos frente a la desemliocadura del río Imperial o Cautín. Nos resultó in– fructuoso todo esfuerzo por vencer la barra de este río enorme. Proseguimos na– vegando hasta la boca del río Toltén. Como. esta barra no er:a tan peligrosa como la del Cautín, el pequeño barco El Maule pudo superarla e internarse río arriba, El Cazador prosiguió su navegación hasta el puerto de Queule, en donde después se nos unió El Maule. Mi intención era poner a salvo al padre Pedro 53 que ca- 112 No todos consideraron· muy pacífica ésta y la s,iguiente expedición a Arauco de 1855. Hasta hubo a:lgunos religiosos capuchinos que lamentaron que el "padre Angel Vigilio se hubiese puesto al frente de dos expediciones armadas que había mandado el Gobierno en dos vapores de guerra pa:t1a someter por la fuerza a aquellos a:t1aucanos rebeldes" (de una RELACION del padre Da– mián de Viareg.gio 31 de mayo 1860, pág. 16 del manuscrito. Curia General de Capuchinos, Roma, Archivo de Misiones, Carpeta H, folios 134 y 149). 53 El padre Pedro Bianchi de Reggio Modena, del que ya hemos hablado an– tes, llegó a Chi!le en marzo de 1853, sólo tres años después de su ordenación

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