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230 SERGIO URIBE GUTIERREZ vienen a alimentar dos torrentes inmensos que, partiendo del mismo punto, for– man dos inmensos ríos que bajan uno hacia el Atlántico y el otro hacia el Pacífico. Se veían también algunas bandadas de aves de rapiña que se alimentan de las carnes de los bueyes muertos de hambre en aquellas áridas montañas. [48] Pero si este viaje no fue del todo delicioso nos vimos libres de sus peligros y alegró nuestra vista con su continua variedad. 56. Después de cinco días de camino entre aquellas gigantescas montañas llegamos a Santiago. Fuimos muy bien acogidos y alojados por algunos días por los Recoletos o Reformados de San Francisco. Poco después se nos facilitó gra– tuitamente una casa con su ,parque: }a acomodamos lo mejor posible como con– vento. Allí comenzamos a vivir a "la capuchina", como se hace en Italia, es decir, de limosnas. Este género de vida nos atrajo la estima general de todo el pueblo y las limosnas aumentaban en la medida que crecían nuestros servicios y pres– taciones para el bien espiritual de nuestros bienhechores 42 • 57. Mi primer deseo fue orientar esta generosidad a la construcción de un Templo capaz de contener el numeroso pueblo que de todas partes acudía a los capuchinos a escuchar Misa y confesarse con los "padres santos", como los lla– maban; y también construir un convento donde colocar esta gran familia reli– giosa. Varios señores me ofrecieron terreno donde edificar, pero no pude con– tentar más que a uno. Escogí el que me pareció más apto para nuestro objetivo, por estar más cerca de la ciudad. Confié la dirección de la familia religiosa a un padre de mucho mérito y me dediqué a pedir la limosna de puerta en puerta para lograr los medios necesarios para la empresa. En pocos años vi con com– placencia terminada la Iglesia, una de las más bellas de la ciudad, y un convento para sesenta religiosos y para unos treinta huéspedes ejercitantes 43 • La Iglesia se edificó como Jo deseaban los bienhechores, pero el convento se levantó según las exigencias de nuestras costumbres. [49] El total de la fábrica, más el hermoso huerto, costó más de medio millón de francos, fruto casi todo de la generosidad de los piadosos chilenos. [La Misión de Araucanía: logros y dificultades] 58. La edificación fue a veces suspendida para dar un poco de reposo a los bienhechores. Aprovechando uno de estos intervalos hice un viaje a Araucanía con dos sacerdotes y un hermano lego con intención de fundar una Misión en Toltén, a unas cuarenta millas de Imperial. Pero aquellos indígenas, mal aconse- 42 Esta expedición de capuchinos llegó a Santiago el 23 de marzo, miércoles santo de ese año de 1853. Después de estar un mes hospedados en la Recoleta foan– ciscana, en la ribe11a norte del Mapocho, los hermanos se repartieron en las casas de tres bienhechores, lugares que acomodaron lo mejor posible para llevar su acostumbmda vida conventual. Los bienhechores que los acogieron fueron don Vkente Larraín que les cedió su casa y parque adjunto, don Fran– cisco Ruiz-Tagle y don Manuel Ocón Historia del convento (capuchino) de San– tiago, del padre Alejo de Barletta, pp. 29 y 30. 43 La primera piedra de esta Iglesia, dedicada a San Antonio de Padua, se colocó el 15 de mayo de 1853, festividad de la Ascención del Señor. El arquitecto, como ya lo hemos apuntado, fue el italiano don Eusebio Chelli; el maestro de obras, don José del Carmen Arancibia, que trabajó bajo la dependencia del Síndico don José Vicente Larraín. El templo tiene 35,90 metros de largo y 19.50 de ancho. Es de un armonioso ,estilo basilical toscano. Aunque el autor afirma haber visto con complaoencia su entrega al culto, en realidad esta iglesia fue abierta a las celebraciones en 1861, bajo la Prefectura del pad11e Damián de Viareggio, sucesor del padre de Lonigo.
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