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RELACION DE LAS MISIONES DE CHILE 229 más de seis mil francos. El alto y bajo clero, tanto secular como regular, nos colmó de favores de toda especie. Todos querían ofrecernos pruebas solemnes de su piedad y demostrarnos con los hechos que no en vano su ciudad es llama– da por aquellos países Pequeña Roma. De hecho, apenas se supo que los misioneros capuchinos querían marchar, una inultitud de gentes de toda clase se aglomeró en torno a nuestra habitación para agradecer nuestra visita que ellos consideraban una bendición del cielo, atribuyendo nuestra partida a su indignidad. Unos pedían una bendición, otros deseaban confesarse, otros pedían consejos para vivir santamente, otros pedían una estampita de recuerdo; y si la obtenían, demostraban haber logrado un tesoro: la besaban devotamente derramando lágrimas de gratitud. [46] Los que practi– caban estos actos de religión -que los espíritus cultivados suelen llamar niñerías o cosas de mujercillas- no eran precisamente mujercillas, sino señores de la más alta sociedad, señores respetabilísimos por todo título, jóvenes brillantes, funcio– narios públicos y finalmente jóvenes militares de todos los grados quienes, ape– nas recibido el objeto sagrado, se lo colgaban al cuello en hermosas tecas de plata que habían traído para este objeto. Satisfecha en cierta forma la piedad de aquella buena gente logramos subir a las carrozas; pero esto no puso fin al asedio. A medida que avanzaba el convoy avanzaba también la multitud; y cuando ya no se nos pudo acompañar personal– mente, se nos siguió acompañando con las miradas, las lágrimas y los suspiros, levantando las manos al cielo y juntándolas como queriéndonos decir: Se llevan con Uds. mi corazón. Los cabalieros y todos los que lograron conseguir alguna cabalgadura nos acompañaron por un largo espacio de camino hasta que tuvimos que rogarles que no se incomodaran tanto por nosotros prometiéndoles tenerles muy presentes en nuestras plegarias delante del Señor 41 • Conmovidos profundamente por aquel espectáculo de viva fe se prosiguió el viaje hasta Río Cuarto. gran ciudad que está entre Córdoba y Mendoza. Allí un padre español predicó por diez o doce días. Los padres italianos le ayudaron a confesar. Yo no estuve presente ni vi lo que ocurrió en Río Cuarto durante aauella misión. porque decidí acompañar a otros padres [47] hasta la Punta de San Luis. De allí via.ié antes de ellos a Mendoza, adelantándome a prepararles aloiamiento. Me contaron que familias enteras viaiaron a caballo desde sesenta y hasta se– tenta millas, por caminos improvisados, atravesando anchos ríos para venir a escuchar la médica del canuchino y confesarse. El día de la partida de los padres se renovó la escena de Córdoba. En Mendoza experimentamos igualmente la generosidad de aquellos ciuda– danos: nos ofrecieron el convento de los agustinos, entonces vacío, que no pu• dimos aceptar por la razones ya indicadas. SS. De Mendoza, provisto de buenas mulas y de todo lo necesario para el viaje, iniciamos el paso de las cordilleras que dividen las Repi'iblicas de Argentina v Chile. Este trayecto no fue tan hermoso como el de Montevideo-Mendoza. Nuestras miradas se habían acostumbrado a dilatarse en una de las más am– plias llanuras del mundo, descubriendo a cada paso animales y aves de extraor– dinaria grandeza y de formas realmente peregrinas; en estas cimas cordilleranas no se descubren más que precipicios y alturas, cimas que sobrepasan las nubes, cu– biertas de nieves eternas; a veces valles profundos a donde casi nunca llegan los rayos del sol; algunos arroyos que se precipitan de los ,altos barrancos y que !l Aparece evidente que la carmosa acogida prestada a los capuchinos por aque– llos buenos cordobeses caló hondamente en el coraz6n y en el recuerdo del padre Lonigo: se puede colegir del tono de su narración. En el momento de partir entregaron a los fieles un volante de despedida y de gratitud que re– produce íntegro La Revista Católica 6 (1853 - 1854) 351.

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