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224 SERGIO URIBE GUTIERREZ para enseñarme a guiarlos. Y después como que se arrepentían de haber hecho esta buena acción. Ya no soportaba más. Por eso pensé dar como un golpe de estado trayendo a su territorio algunos trabajadores cristianos, llamados "es– pañoles" por ellos. 47. Sin decir una palabra a nadie, una mañana muy de madrugada, viaJe a V aldivia. De allí pasé a Osorno, distante unas 200 o más millas, para obtener del Juez -que se encontraba de paso en aquella ciudad- un carpintero que estaba preso en la cárcel de Valdivia. El Juez me lo concedió de buen grado. El ejem– plo de generosidad de este preso animó a un hermano suyo, carpintero también, a acompañarlo. Además quiso llevar consigo a su mujer y a sus cuatro hijos pequeños. A éstos se añadieron cuatro cortadores de árboles. Después de ocho días de ausencia, los indígenas me vieron llegar acompañado con mi pequeña colonia. Con esto transgredía ciertamente el pacto de no intro– ducir españoles en su tierra, y los indígenas habrían tenido sobrada razón para quejarse e incluso para expulsarme de su país. Pero previendo el golpe quise hablar primero: les hice ver que por haber ellos faltado a lo estipulado [39] y no ayudar a la edificación, me sentí obligado a viajar 400 millas para traer, con sú– plicas y ruegos, a aquellos trabajadores. Estos se comprometen acompañarme mientras duren los trabajos de edificación y ni un día más, ya que no ven la hora de volver a sus propias familias. Su gente les había permitido acompañarme sólo porque yo les había asegurado que los araucanos no son bárbaros, sino generosos, humanos y llenos de caridad para con los necesitados. Estas y otras razones semejantes hicieron un buen efecto en mi :auditorio. Desde entonces no hubo más reproches de queja ni gestos de desprecios; y más, para demostrar que yo no había exagerado la nota al exaltar la generosidad de los buenos arau– canos, ofrecieron a los huéspedes terreno donde edificar sus cabañas y usaron con ellos toda muestra de hospitalidad. 48. Terminada la construcción abrí la escuela TI y coloqué allí a dos m1s10- neros 28 • Volví a Valdivia con intención de seguir de allí viaje a Santiago. Des- 27 La fecha del viaje del padre de Lonigo como la del inicio de la escuela, parece ser el mes de junio o julio de 1851. Estuvo a cargo de esta escuela el padre Tadeo de Pfatter. La reticencia que los indígenas manifestaron desde un comienzo de enviar a sus hijos a este centro debió chocar con la mentahdad y proyectos de estos misioneros europeos. Ellos, según 1 leemos en testimonios de crónicas, se lamentan porque ,les da la impresión de estar solicitando un favor al invitar a los araucanos que envíen sus hijos para educarlos. Y más, en retribución a este favor se v,en obligados a colmarlos de regalos cuando vienen a visitar a los misioneros y a los internos. El desembolso material que suponían estos obsequios cargaba duramente de privaciones la vida de los padres. (L'Araucania, o,c., pág. 74.) Tres años de privaciones y dificultades minaron peligrosamente la salud del padre ~adeo de Pfatter que, en mayo de 1853, tuvo que ser susti– tuido por el padre Adeodato de Bolonia, hasta esa fecha misionero en San José de Mariquina. Cuando dicho padre se puso al frente de la escuela, había un grupo de veintiocho alumnos. Las materias que se enseñaban eran Catecismo, leer y escribir, aritmética y el idioma español (cfr. ibídem, pág. 73). La Re– vista Católica 7 (1855 - 1856) 1262 - 1264; 1271 - 1272 trae una interesante Memoria sobre la Misión de Arauco (3 septiembre 1855) escrita por los padres Constando de Trisobbio y Adeodato de Bolonia; en ella se narran, con un rea– lismo muy claro, las dificultades que los misioneros debieron soportar para mantener ese centro de formación. 28 Los dos misioneros eran el padre Tadeo de Pfatter y Constancio de Trisobbio, L'Araucania, pág. 70. Este último ligará su nombre y su obra a la Misión de Bajo Imperial. Nacido en 1815, se hizo capuchino en la Provincia de San José de Leonisa (Alessandria). Ordenado sacerdote en 1838 viajó como misionero

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