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222 . SE.RGlO lJRl!;!¡¡:. Gl,Jl'JERRll.Z 42. El retiro de las tropas chilenas de las fronteras de Araucanía había despertado hacia mí la estima y la gratatitud de todos aquellos habitantes. Me recibieron con una cordialidad muy sincera, a pesar de la partida del padre Constancio lde l'onzone) que los indígenas atribuyeron a un infundado temor y a pesar también del incendio de nuestra cabaña y de las nuevas sospechas que algunos malintencionados habían sembrado en mi contra. Sólo me exigieron una conct1c1ón para ser admitido entre ellos en forma estable, que lograse la vuelta úe sus prisioneros. ":Si es verdad que tú nos amas, me dijeron, y que puedes tanto ante el Gobierno, devuélvenos nuestros Caciques y entonces podrás fundar una Misión entre nosotros y permitiremos que nuestros hijos [34] aprendan a leer, aunque esto sea contrario a las costumbres de nuestros mayores; pero que detrás de ti y de tus misioneros, no entre ningún español". La historia de las crueldades cometidas por los españoles entre estos indígenas, pasa tradicionalmente de pa– dres a hijos y permanece siempre viva en la memoria de estos infieles. Tanto que al oír el nombre de español, tiemblan de rabia. Y no hay quien pueda conven– cerlos que los españoles de hoy no son tan crueles como los antiguos. Les prometí realizar todo esto para que ellos me ayudaran a edificar la Igle– sia y la casa para el misionero. La condición fue aceptada y, entretanto, me cons– truyeron una habitación ¡provisoria en el lugar que yo les indiqué. Esperaron la vuelta de los dos prisioneros para celebrar mi solemne incorporación. Mientras todos los vecinos se afanaban preparando el pilcu, hice construir una gran cruz que iba a ser 'levantada en medio de la inmensa pradera. 43. Volvieron los prisioneros. Uno de ellos me regaló un buey y el otro un ternero. Luego partimos al lugar preparado para la fiesta, donde ya nos esperaba una inmensa multitud de hombres, todos a caballo, y algunos armados de sables. Llegados allí, después del saludo de estilo, les presenté a los dos Caciques sal– vados por mí. Ambos a mi lado, no se me separaban ni me apartaban la vista [35] para demostrarme su cariño y gratitud. En ese momento se escuchó un grito general, y mil vivas a nuestro ,padre, vivas a nuestro libertador. Cuando se hizo un poco de silencio ordené que se colocara la cruz ·en el hoyo que se había preparado anteriormente, pero para esta operación los indígenas pedían plata (monedas de plata). Pensé que exigían retribución por ese trabajo y les aseguré que terminada la fiesta les pagaría lo adeudado. Pero me explicaron que sin plata no se puede plantar una ,cruz. Entonces el padre Tadeo (de Pfatter) 26 que me acompañaba en vez del padre Constando les mostró unas monedas de plata; es– cogieron dos o tres y las pusieron en el fondo del hoyo preparado para la cruz. Quise saber el significado de este acto aparentemente supersticioso, pero nadie supo darme razón ni entonces ni después. Mientras tanto el gentío crecía más y más. Las mujeres se afanaban en llenar las copas de bebida a los hombres. Los cabaUos relinchaban, otros corrían a todo galope de aquí para allá, con los cabellos sueltos como mitológicas Furias. Este era el marco de preparación de aquella extraña función. Luego se ordenaron los jinetes para dar principio a la carrera oficial que se debía hacer en torno a la cruz y en la cual yo también debía tomar parte. 44. Tomé lugar en fa fila de jinetes, rodeado del estado mayor que lo com– ponían el padre Tadeo (de Pfatter), mi intérprete, los dos ex prisioneros y los 26 El padre Tadeo de Pfater, capuchino bávaro, llegó a Araucanía en la primera expedición de misioneros. Estuvo en las residencias misionales de Valdivia Imperial y, sobre todo, en San José de Mariquina. A pesar de no ser mayor: su s~lu<;I ~e resintió por el tra~ajo. S_olJcitó la vuelta a su provincia bávara y, a prmc1p1os de 1866 emprendio el viaJe de vuelta. No alcanzó a llegar a su patria: falleció en el viaje marítimo, cerca de la Isla Martinica el día 6 de mayo de 1866, a los 50 años de edad.

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