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RELACION DE LAS MISIONES DE CH!ILE 221 ranza fue una ilusión. La nave, aunque hermosa por fuera, tenía su casco dañado y poco después de nuestra salida tuvo que luchar contra una tempestad que se levantó. La bomba no era suficiente para sacar el agua que entraba por todas par– tes. El capitán hizo todos los esfuerzos posibles para volver a Valparaíso de donde habíamos partido, pero fue una fatiga inútil: el viento soplaba precisamen– te en sentido contrario y nuestra embarcación, en vez de ganar, perdía distancia. No había más remedio que volver la popa hacia el viento y correr a toda vela hasta ganar el puerto de Coquimbo, a unas ciento cincuenta mililas al norte de Valparaíso. Y nuestro rumbo era de ese puerto al sur. .. Cuando Dios quiso en– tramos en el suspirado puerto, la tripulación estaba más muerta que viva por los esfuerzos que ie producía el trabajo de la bomba. Nos detuvimos allí once días, tiempo en que el capitán hizo reparar la bomba que ya estaba poniéndose inservible y arreglar como se pudo las averías de la nave. Con la impresión de quien camina hacia la muerte, nos embarcamos de nuevo. Llegados a bordo, el capitán se dio cuenta que faltaban algunos marineros; los hizo buscar, pero en vano. Estos, [32] conscientes del peligro que corrían se habían ocultado para no seguir el viaje. Fueron descubiertos por la policía local y obligados a embarcar. Todo presagiaba una navegación peligrosa pues durante quince días seguidos se debía hacer funcionar la bomba cada cuarenta y cinco minutos: ¡sólo el que ha experimentado esto sabe la sensación que produce al corazón la vista de este fatigante y pesado trabajo! A todo esto hay que añadir un constante soplar del viento sur que no se calmó has,ta el último día. Entonces el viento norte sopló con tanta furia que casi nos estrellamos en la saliente llamada Morro Gonzalo. En esa oportunidad vi al capitán pálido y trémulo por el miedo, cosa que ni siquiera había visto al paso del Cabo de Hornos. [El Prefecto se capta la benevolencia de los indígenas] 40. Por fin llegamos a Valdivia. Era el mes de mayo, que corresponde al de noviembre en Europa. Valdivia es célebre por sus continuas 11uvias, ocasionadas por los numerosas bosques que la rodean. Si en el invierno pasan tres días sin lluvia, se considera como fenómeno especial. En esa estación los caminos· se hacen intransitables y las dimensiones de los ríos crecen extraordinariamente. Por estos inconvenientes debí detenerme en Valdivia unos seis meses seguidos. Aprovechan– do los días menos lluviosos visité las misiones más cercanas. También intercedí ante el juez del lugar para que dejara en libertad a los dos araucanos que estaban presos a causa de la muerte de los pasajeros de Joven Daniel que se les había imputado, [33] haciéndole ver yo la imposibilidad que éstos hubieran podido co– meter ese delito. El juez, convencido de mis razones, me prometió que en poco tiempo más los pondría en libertad, haciéndoles ver que sólo por mis ruegos los haría salir de la prisión. 41. Yo había dejado al padre Cons,tancio (de Ponzone) en Araucanía, como anoté anteriormente. Se había terminado ya la edificación de la ruca que los indios le habían levantado, como después supe. Pero ésta fue quemada por manos de uno de aqueilos soldados que me habían mandado aquel conocido General para hacerme prisionero. A mi vuelta a Imperial parecía que iba a encontrar mu– chos y nuevos inconvenientes, pero afortunadamente no fue así. ser las profesoras de esta escuela. Una de éstas había sido maestra de la esposa del Presidente de la República. Desgraciadamente las muchas dificultades que salieron al paso del proyecto desalentaron a estas maestnas que, algunos meses después, volvieron a Santiago. Curia General de Capuchinos, Roma, Archivo de Misiones, Carpeta H, fol. 4 y S.

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