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220 SERGIO URIBE GUTIERREZ lante fingí acomodar la montura de mi caballo para cerciorarme de si me seguía algún soldado, pero al no ver ninguno, atravesé el río en la barca que estaba preparada y en un instante me encontré en la otra orilla. Allí se me dilató el corazón. Pero temiendo que el General, sabiendo mi paso, ordenara mi persecu– sión a un piquete de soldados, apuré el galope por el camino que me pareció más recto hasta salir del ,peligro. Cualquiera que me hubiese visto correr en esta for– ma me habría creído un "correo", portador de correspondencia de suma urgen– cia... [29] En doce días, atravesando montes, valles y ríos, sin buscar los va– dos mejores, hice entre setecientas y ochocientas millas de un pésimo camino. 38. Llegué a Santiago más muerto que vivo. Me presenté al Ministro de Culto: le conté todo lo que me había ocurrido en Araucanía quejándome mucho de la conducta que aquel General había tenido conmigo. Le rogué me dotase de credenciales oportunas para que ningún subalterno me molestase en el futuro. Le hice saber también que estaba resuelto a presentarme ante el General para desengañarlo del pésimo concepto que se había formado de mi persona. El Mi– nistro, que conocía el carácter duro de aquel hombre de armas, me aconsejó no realizar estos deseos para no exponerme, como él mismo me dijo, a mayores pe– ligros. Después me presenté al Presidente de la República. Escuchada la historia de mis aventuras y sabida la reticencia del Ministro para darme las credencia– les que le solicitaba, me prometió muy afablemente que todo se arreglaría. Me preguntó sobre el naufragio de la nave Joven Daniel y por el asesinato que habrían cometido los araucanos. Como yo estaba íntimamente persuadido que eso era una vulgar calumnia, defendí la inocencia de los acusados, demos– trando que si hubieran querido cometer un delito tan horrendo no lo habrían podido hacer porque el barco naufragó muy lejos de la costa [30] en un lugar donde era imposible que un náufrago, aun 'los diestros en natación, llegase vi– vo a tierra. Por tanto se debe pensar que todos murieron ahogados en el mar y no a manos de los indígenas Añadí ser verdadero aue estos indígenas se ha– bían apoderado de varios objetos aue el mar había arrojado a las plavas, maltratas dos por las olas y los golpes en los acantilados. Se prueba que el barco no en– calló en la playa, sino que se rompió contra las rocas y los náufragos fueron víc– timas de las olas y no del furor de los bárbaros como se ha afirmado. Estas y otras observaciones semejantes produjeron un buen efecto en el ánimo del Pre– sidente v. después de haber escuchado atentamente mi historia, se puso de pie y es– trechándome afectuosamente la mano me dijo estas precis!a!s palabras: "Uste– des prestan un gran servicio a la República". Sin quererlo vo había descubierto que el General había solicitado fuerzas al Gobierno no tanto para hacer la guerra contra los indígenas. sino para hacer la revolución contra los adictos al Ministerio v hacerse nombrar Presidente de la República. Ignorando este involuntario descubrimiento. insistí en obtener las credenciales que el Ministro me negaba, para volver con ellas a Araucanía. El Presidente me las negó prudentemente. Quiso que volviese al sur, no por el mismo camino. sino por Valdivia. Entretanto el Ministro de Guerra recibía ór– denes de retirar las trOPas de las fronteras de Arauco. Así los araucanos se vie– ron [311 libres de aauellos molestos vecinos. atribuyendo a mi influio la impre– vista retirada de las tropas. Yo estaba entonces preparando mi segundo viaje por mar. 39. Me embarqué en una preciosa nave a velas llamada La Villa de Bordeaux con la esperanza de iJlegar a Valdivia ocho o diez días después 25• Pero esta espe- 25 La fecha exacta de la salida fue el Jueves Santo de 1850. Como uno de los sueños más acariciados por el Prefecto era el de abrir una escuela para instruir a los hijos de los indígenas, llevó consigo en este viaje a dos damas que podrían

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