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RELACION DE LAS MISIONES DE CHILE 215 recibí los respetuosos saludos de las mujeres. La más anciana de ellas no podía persuadirse que mi barba fuese natural y, para asegurarse, me la tomó suave– mente. Ante este acto de simplicidad sonreí amabiemente y la simpática anciana quedó tan contenta que desde entonces me miraba como hijo suyo. Después me enteré que esta anciana era viuda de un antiguo Cacique y que no tuvieron hi– jos. Después de esta anécdota, que fue la única de este género que me ocurrió, no puedo formarme una idea desfavorable de la honestidad de mis queridos arau– canos: debo decir que ellos son más honestos [19] que muchos cristianos de nuestros días. 25. La vestimenta de los indígenas es simplísima y modesta: la de los varo– nes consiste en una cubierta de lana que acomodan en torno al cuerpo y que sujetan a la cintura con una faja, también de lana; se cubren pcir encima con una manta que tiene una abertura en su centro por donde meten la cabeza. Las mu– jeres, además de llevar un vestido en los costados que se adaptan hasta el cue– llo de modo que uno de los brazos permanece descubierto. El segundo vestido, en forma de chal, cubre el resto del cuerpo. Muy pocas de ellas usan sombrero y camisa. Las partes del cuerpo de estos indígenas que aparecen descubiertas son de color bronce y oliva y lo que está cubierto con los vestidos es blanco como el cuerpo de los europeos. 26. Entre ellos está en vigor la poligamia. El matrimonio lo celebran de esta manera. El joven o adulto que desea casarse pone sus ojos en una muchacha y, si le gusta, reúne algunos iamigos y durante la noche asalta la casa de su futura esposa y la roba por la fuerza a sus parientes y se 1a lleva. En este asalto sólo las mujeres tienen derecho a defender a la joven, de modo que el raptor ,logra siempre su intento sin derramamiento de sangre. Pasados algunos días el esposo vuelve a la familia de su esposa y, si es rico, regala un caballo al dueño de casa y otro a cada uno de sus cuñados; igualmente debe obsequiar a su sue– gra una vaca y con estos regalos adquiere pleno derecho de vida y muerte sobre su mujer, como si se tratarse de un animal de su propiedad. Y si le ocurre el deseo de deshacer su matrimonio la puede matar impunemente. Este bárbaro derecho hace que las mujeres araucanas sean muy [20] humildes y honestas. Y mientras los hombres se reúnen pa:m consumir enormes cántaros de pitcu, las pobres mujeres trabajan como animales de la mañana a la noche. 27. Parece que los araucanos admiten los dos principios de Jo.s maniqueos: uno; el origen del bien, que ellos llaman Futun y el otro, origen del mal. que llaman Pillán. Pero cuando se les pregunta qué idea tienen de esas divinidades, no saben qué responder. Desconocen totalmente el culto externo. Creen en bru– jerías y admiten la resurrección de los muertos en otros países y, por esta creen– cia, cuando alguno de ellos se enferma gravemente, colocan al enfermo desnudo los tonos al comp,ás del movimiento del moler. La:s vieias y los niños, oue no tienen fuerza para moler (y que pide mucha fuerza) trabajan en hacer levadu– ra, que la hacen de la harina aue van moliendo, mascándola v echándola en un cántaro (y hay vieja que con l.a levadura echa una muela). Esta levadura y la harina molida la echan en unas pailas muy grandes que están al fuego con agua,, y esa es la chicha en tomando punto, la cual. si se guarda muchos días, se aceda y está fortísima como un vinag,re fuerte. Y esa les suele saber me,ior aue dicen aue es como vino añejo" (DIEGO DE ROSALES. s. j. Historia General del Reyno de Chile o Flandes Indiano. Tres volúmenes. Valoaraíso, Imprenta El Mer– curio. 1877. Cfr. vo~ I, pág. 155). Según otros antropólogos e historiadores esta forma de fabricación del pilcu no estaría en las costumbres de ,los araucanos. Con todo vemos aue nuestro padre Angel Vigilio. habría escuchado esta forma de fabricación. O a lo mejor la vio, como lo asegura literalmente su texto.

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