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212 - SERGIO URlBE GUTIERREZ buenos caballos y de cuanto [13] necesitaba para la larga jornada de ochocien– tas y más millas. 19. Partí de Santiago a mediados de noviembre. El primer día no hice más de treinta millas. En los días siguientes utilicé mejor las espuelas y, como lo hacen los chilenos, viajé de noche para evitar los calores que comenzaban a ha– cerse sentir. Al comenzar el viaje conocí a dos señores que viajaban desde la Capital con su servidumbre, llevando varios caballos de reserva como se acostum– bra en esos países. Dos horas antes del mediodía nos encontrábamos ya a orillas del Cachapoal. El puente, hecho de fibras y de cañas que servía para el paso de peatones y de caballos muy diestros, estaba inutilizado y no había más salida pa– ra continuar el viaje que vadear un río que traía una corriente de casi diez mi– llas. En su caudal se habían ahogado siete personas los 1 días anteriores. Uno de estos caballeros, don Ramón Moncigua, de Curicó, -su nombre no lo olvidaré mientras viva- quiso que yo montase uno de sus mejores caballos y avanzando delante de mí por la corriente del río me animaba a seguirlo sin mirar a dere– cha ni izquierda. Pero yo, creyendo superflua aquella advertencia, mil\aba a una parte y a otra, hasta que, perdida la orientación, como suele decirse, qui– se alcanzar la ribera opuesta antes de los demás. Según mi parecer los otros iban contra la corriente y yo a favor. Inútilmente me advertian el peligro en que me encontraba: me gritaban con todas sus fuerzas; yo no veía ni oía nada; estaba ya por ahogarme. Entonces aquel valiente chileno, arriesgando su propia vida, corrió en mi ayuda y me salvó. Cabalgamos toda la tarde y el día siguiente llegábamos a Curicó. [14] Me de– tuve tres días en casa de este amigo que me había salvado para contentar su devoción y la de su señora esposa. Después continué viaje recibiendo de mis an– fitriones caballos descansados y muchos otros ·regalos que en este momento no re– cuerdo. 20. Recorrí unas cuatrocientas cincuenta millas sin graves peligros, ya que los dieciséis ríos que debí pasar después del Cachapoal o tenían puente o no eran tan correntosos que me hicieran perder el equilibrio. Llegando a las fron– teras de Araucania comencé a experimentar los efectos de una vida más que militar. Desde este momento no tuve un techo amigo; no hubo más comidas sus– tanciosas; no más atenciones cordiales. Mi albergue y mi lecho fue, tanto en las no– ches serenas como en los días de lluvia, la tierra desnuda o las arenas de las playas del mar o alguno de los árboles, muy escasos en aquellos lugares. Mi alimento era un poco de pan y carne fría que se me acabó muy pronto. El agua era mi bebida, ya que habría stdo gran imprudencia llevar uná botella de licor entre los indígenas. Después de unos tres o cuatro días de viaje por las costas del mar de Arauco, casi del todo desiertas, llegamos a orillas del gran río Cautín o Imperial 15• El camino presenta peligros, sobre todo en los riscos y acantilados: si un caballo mete la pata en falso acabas con los· huesos despedazados en el fondo de impresionantes precipicios, cortados casi perpendicularmente. Este río Cautín o Imperial tiene más de cuatrocientos metros de anchura y unos ocho de profundidad. Cuando sopla el viento sur, que es frecuente, sus olas recuer– dan la laguna de Venecia cuando sopla el Sirocco [15]. Los araucanos suelen atra- 111 Los indígenas Uamaban a este río el Cabtena o Cautén. Juan Bta. Pastene al descubrirlo en 1544, lo llamó "Tormes". Pedro de Valdivia, en una carta al Ém– perador Carlos V, alaba y ensalza este río asegurando que es más hermoso que el Guadalquivir. Actualmente el río se llama Cautín desde su nacimiento y toma el nombre de Imperial después de recibir la aflencuencia del Chol-Chol cerca de Nueva Imperial. Cfr. J. VALDERRAMA, o.e., pág. 59. '

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