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RELACION DE LAS MISIONES DE CHILE 207 velero Mamado San Jorge. Partimos de Génova hacia Gibraltar, que dista unas 900 millas. En este trayecto ocupamos tres semanas, porque el viento, que casi siem– pre nos fue contrario, nos echaba sea a las costas de España, sea a !las de Africa. En Gibraltar debimos esperar vientos favorables para salir del mar Mediterrá– neoneo, y éstos tardaron ocho días en soplar. Aprovechando esta detención pre- 1qiqué un sermón en la Catedral de esa ciudad; y con los regalos que me dieron compré un cáliz y todo lo necesario para [5] celebrar la Misa en el barco. S. Hasta nuestra llegada a Río de Janeiro tuvimos días de calma, con un viaje bastante tranquilo, Pero precisamente allí nos sorprendió una violenta tempestad que duró toda una noche y el día siguiente. Al pasar fr/ente a Santa Catalina, en Brasil, los marineros se percataron que el capitán no tenían intención de tocar puerto para :Proveemos de carne fresca, agua y leña, elementos que ya comenza– ban a escasear, y por eso se sublebaron en su contra y, con amenazas, le obliga– ron a. tocar tierra. Allí el velero se detuvo ocho días. 6. De allí continuamos nuestro viaje hacia el temido Cabo de Hornos. Se co– locaron en el fondo de la nave todos los objetos pesados que estaban repartidos por todas partes; bajaron los mástiles; arriaron casi del todo las velas; ¡pusieron cordeles transversales atados a ambos costados del navío y tomaron todas las providencias que se toman antes de este g11an paso. Todo esto mostraba bien a las claras qué ·cosa fuese el Cabo de Hornos. Navegando entre el temor y la esperanza, nos encontramos frente a un elevado monte, totalmente cubierto de nieve. Y, cosa inesperada, el mar se encontraba en una absoluta calma. Y, a pesar de esta calma, el velero se desplazaba rápidamente a diez millas por hora, debido tal vez a una corriente submarina o a otro fenó– meno desconocido. El capitán, maravillado de esto, invitó a todos los pasajeros a tomar un café para expresar así su alegría. 7. Pero 1a calma no duró mucho. La tempestad que la siguió nos hizo estar con la muerte en el cuello durante tres largas siemanas. No voy a narrar lo que ocurrió a bordo durante estos días interminables, porque el frío g_ue hacía .bajo el grado 62 de latitud, punto en que se encont11aba nuestro barco, era tan intenso que nadie osaba abandonar su camarote. El movimiento de la nave era tan in– tenso [6] que los mismos marineros, para caminar debía asirse fuertemente de los cordeles que estaban tendidos horizontalmente sobre ,la cubierta, precisamente con este objetivo. El silbido del viento, el golpe de las olas, el crujido de la nave producían un estrépito tan espantoso que es más fácil imaginarlo que reducirlo a palabras. El miedo, del que todos participábamos en buena dosis, nos había de– jado atontados e inactivos. De repente escuché un grito desesperado. Salí de mi camarote para ver lo ocurrido, y me encontl'.'é que el nivel del agua había subido y me llegaba hasta las rodillas. Pretendí salir a cubierta, pero no lo logré. La boca de la escalera de acceso estaba cerrada. Pregunté por qué había tanta agua er:¡. el comedor, y nadie supo responderme. Finalmente me enteré que por la puerta superior había entrado una ola gigantesca y que la sala había quedado convertida en un verdadero lago. Entonces comprendí que nuestra embarcación navegaba bajo el nivel de las aguas. Constando· de Trisobbio y . Feliciano de Strevi, ambos de la Provincia de Ale– .sandria; padre Pablo de Roio, de la Provincia de los Ahruzos; padre Francisco de Sássari; de la Provincia Turritana, en Cerdeña; padre Adeodato de Bo– lonia, de la Provincia de Bolonia; padre Amadeo de Bra, de la Provincia pia– montesa; padre Romualdo de Civittanova, de la Provincia de las Marcas; padre· Tadeo de Pfatter, de la Provincia de Baviera; y los padres Const,mtino de Voiré y Constiancio de Ponzone, de la Provincia de Génova. ·

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