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EL PADRE DONOSTIA COMPOSITOR En su formación puede decirse que fue autodidacta; recibió con todo lecciones, como se dijo arriba, de Ismael Echezarra en Lecároz, de Esquerrá en Barcelona, de Gabiola en San Sebastián, Eugenio Cools en París, por consejo de Ravel. Si bien sus primeras composiciones nacen bajo el signo del romanticismo, pronto su espíritu inquieto le hace entrever nuevos horizontes. ¿Quedaron acaso agotadas con Palestrina o Juan Se– bastián Bach, con L. van Beethoven o Ricardo Wagner, las formas de expresividad musical? Afirmarlo, seria negar el principio del progreso evolutivo del espíritu humano. Así, el P. Donostia no temió entrar resuelto en el mundo nuevo de la expresión que le ofrecían los modernos franceses Claude Debussy, Maurice Ravel, Albert Roussel y otros, no para estacionarse en él, sino para dispo– ner de toda clase de medios y crear el propio cauce de su inspira– ción. Esta influencia de la técnica moderna francesa no ha sido impedimento para que su arte se nutriera grandemente de otras fuentes, como la gregoriana, la polifonista del Renacimiento, la clásica y romántica de los siglos XVII y XVIII. Y si es verdad que tal o cual composición suya lleva el sello de determinada escuela o tendencia, pero al fin triunfa de todas, porque reconoce a cada cual el mérito y el valor estético que le distingue, y de todas ellas forma su estilo personal y propio. Cuanto a la clasificación de sus obras, seguiremos la adopta– da por el mismo P. Donostia en los diccionarios musicales de Labor y Blume, señalando en cada grupo las obras más salientes. 29

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