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San Sebastián, espera la oportunidad de hacerse ver del doctor Marañón. Para ello va a Madrid, donde permanece del 7 al 17 de mayo. El vuelve esperanzado; pero... el diagnóstico es desalenta– dor. De regreso en San Sebastián, sigue el régimen prescrito, des– cansa, pasea acompañado de sus hermanos, recibe alguna visita. Su estado empeora de día en día; la vista le falla, el habla se le entorpece, no le obedecen mano y pie derechos. El día del Sagrado Corazón de Jesús, 8 de junio, dice por última vez la Santa Misa; y ya no se levanta del lecho sino ayudado del enfermero o de sus hermanos, que solícitos le asisten de continuo. Por última vez, a mediados de julio, revisa pruebas de imprenta de una obra suya para órgano: In Festo VII Dolorum B. M. Virginis. El día primero de agosto se agravó notablemente; medio inconsciente lleváronle al Colegio de Lecároz y le aposentaron en la enfermería destinada a los colegiales, a fin de que pudieran ver– le sus familiares. En efecto, nunca faltó de su cabecera alguno de sus hermanos. Para entonces había recibido en San Sebastián los Santos Sacramentos. Ya no ve, ya no habla; permanece inconsciente, adormecido, al parecer sin dolor, y rara vez distingue al visitante; sólo el beso del crucifijo, aplicado a sus labios por algún religioso, que le susu– rra jaculatorias, atestigua que el oído está alerta, el espíritu pronto y el corazón en vela. Una de las veces que le visitó el Dr. Marañón, reconociéndole por la voz, pareció sonreír y recobrar algún ánimo. Pero la enfermedad seguía implacable su curso, minando la salud del P. José Antonio. Cuatro días antes de su muerte hubo alarma, el día 26 por la tarde: el estado congestivo de los bronquios, quizá la parálisis pulmonar incipiente, entorpecía la respiración, que se hizo muy fatigosa y acelerada. El corazón, que hasta entonces ha– bía conservado su ritmo y su pujanza, comenzó a desfallecer. Avisados sus hermanos, llegaron a la una de la madrugada del día 27; mas no era aún la hora del tránsito. Por fin el día 30 de agosto, festividad de Santa Rosa de Lima, con las sombras del crepúsculo entró en la celda del enfermo el presagio de la visita fraternal de la Muerte: a las once y cuarto de la noche "se abrazaron como dos hermanos". 24
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