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PROLOGO Aun queriendo y estimando mucho a los seres que nos ro– dean, parece que no reparamos en lo que valen y representan para nuestra propia vida, mientras dura el disfrute vivificante de su compañía; pero sobreviniendo la separación, notamos el vacío que ellos llenaban y la dificultad de remediar su ausencia. Tal acontece hoy con la muerte del P. Donostia a cuantos le han conocido y tratado. Unos echarán de menos su arte ex– quisito; otros, sus bellas conferencias salpicadas de hermosas canciones; éstos, sus pequeños conciertos en salones acogedo– res; aquéllos, sus charlas espirituales en la intimidadfamiliar; todos, su bondad afable y abnegada. Nos queda el patrimonio de sus obras musicales; pero, ausente él, tememos no hallar intérprete idóneo de su arte refinado. Y entre los muchísimos que han gozado del don inapreciable de su amistad, no pocos habrá que, faltos del aliento que su trato les infundía, pierdan ese optimismo que ayuda a sobrellevar las cargas de la vida. Por si ello no bastare a hacer sentir la muerte del Padre Donostia, la Prensa de todo el País Vasco la ha anunciado con acentos de honda pena; y aun fuera de los límites. donde tan familiar era su figura, la Prensa de España y Francia se ha hecho eco del dolor de tantísimos amigos y admiradores que tenía en todas partes, y la United Press ha dado la señal de duelo general difundiendo la triste noticia por los.cuatro pun– tos cardinales. 7
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