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OBISPO, CLJ;;RO Y PUEBLO DE ZARAGOZA (1&0,3-18-08) 183 (DVP) los reglamentos, fruto de esa visita, y las ·ordenaciones so– bre oración de mañana y noche, según las Constituciones, ejercicios espirituales, salidas de casa, estudio, conferencias de moral, etc. El memorial del seminario al Visitador es del l de mayo de 1803. El decreto del Visitador, de dos días después. CABILDO Sin entrar en cavilaciones, podríamos preguntarnos si el Obis– po auxiliar, aunque adscrito de suyo al Arzobispo, fue del agrado de todos los individuos del Cabildo a su llegada a Zaragoza a prin– cipios de marzo de 1803. Se trataba de otro religioso, pues el Ar– zobispo Arce había recibido el nombramiento para Zaragoza dos años antes, al quedar vacante la sede de San Valero por paso a la de Valencia del franciscano Fr. Joaquín Company. Cierto que no eran raros los religiosos obispos en las diócesis españolas por estos años. Cierto también que el primer año .el capuchino no fue gobernador. En el cabildo ordinario del jueves 10 de marzo de 1803 (ACZ) se leyó una carta del Arzobispo y otra del Auxiliar con la presen– tación del recién llegado a Zaragoza. En la carta arzobispal, extrac– tada en el acta, manifiesta el Prelado ausente que «espera que el Cabildo usará con el Auxiliar de 1 toda la armonía, deferencia y aten– ción que le son debidas por su carácter y lo recomendable de su vida ejemplar y laboriosa, y que dicho Ilmo. procurará por su par– tt- agradar al Cabildo conciliándose sus aprecios su natural pru– dente y pacífico, en lo que disfrutará la mayor satisfacción)). El Auxiliar en la suya «se ofrece a la disposición del Cabildo, lo que espera hacer en breve personalmente)). Las esperanzas del Arzobispo quedaron burladas en alguna ocasión y los deseos del Auxiliar de servir al Cabildo, incumplidos aparentemente. En realidad los cumplía cuando en distintos mo– mentos de su ·visita pastoral le recordaba al Cabildo deficiencias advertidas en parroquias dependientes del mismo. La armonía se turbó ruidosamente estos años un par de veces. La primera, en la última decena de setiembre de 1804. Según Casamayor (CAP), el 29 «dieron principio los nueve días de rogativas por las enferme– dades de Andalucía en las iglesias parroquiales por sus capítulos eclesiásticos, de orden de los señores gobernadores de la diócesis)).

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