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OBISPO, CLERO Y PUEBLO "DE: ZAltAGOZA (18i0,3-}808) 175 de marzo de 1804 (DDC) blasona de conocer la obra de Benedic– tü XIV sobre la canonización de los santos, y de ser legítimo hijo de Feijoo, cuyas obras posee y habrá leído «unas quareinta veces de un golpe>). Tampoco podemos echar en olvido las numerosas bi– bliotecas conventuales sembradas por la diócesis que sin dificultad se franquearían a los sacerdotes estudiosos. El ejercicio del ministerio sacerdotal exigía constantes lectu– ras, así para el púlpito como para el confesonario. Raros eran sin duda casos como el de un beneficiado de Calamocha (DVP) que se negaba en 1805 a someterse a examen para el confesonario, ale– gando que en el lugar había abundantes confesores seculares y allí estaban, además, los del colegio de padres misionistas franciscanos del mismo Calamocha. La presentación de licencias al Visitador era una de las obli– gaciones puntualmente cumplidas en cada lugar. Su renovación exigía examen previo. En la carta anónima al Arzobispo insertada más arriba se apuntaba el disgusto de los sacerdotes pobres por tener que acudir personalmente a Zaragoza para esos trámites. Fuera o no fuera verdad todo lo que el anónimo denunciaba, su escrito surtió efecto, pues al punto hallamos tribunales sinodales fuera de la capital, tribunales compuestos en ocasiones por sacer– dotes diocesanos y regulares, indicio de la buena armonía reinante entre ambos cleros. 0cm Entre los defectos señalados por el P. Santander en su Retiro espiritual 13 figura la ociosidad, que conduce a los sacerdotes (ca los teatros, a las funciones sanguinarias y bárbaras de los toros),. Aquella ociosidad sumía al pueblo en la ignorancia, según dice él mismo. Carezco de datos para aplicar al clero de Aragón las reconven– ciones del predicador. Aunque la diócesis de Zaragoza era muy extensa, el número de presbíteros ordenados estos años, según el cuadro arriba expuesto, parece que resulta elevado. En Mirambel, 13 Tomo 1, 18102, pág. 338.