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LO FRANCISCANO EN EL TEATRO DE TIRSO DE MOLINA 55 En Santo y sastre (3, 19b) San Homobono resuelve vivir en soledad, «que más vale vivir solo que no mal acompañado», y el gracioso le exhorta a vestirse para ir a vistas: ¡Ea, novio capuchino!, a vistas amor te llama... Austera imagina\t;ióp a la capuchina de Quien no cae, no se levanta fl1"J (2, 253a), donde dice Margarita: Recoletándome vas con industria peregrina. ¡Ea!, vuélveme capuchina, que así contento estarás. No me traigas galas más, quítame el oro y la plata, el chapín al alpargata reduce; al sayal la seda... Al franciscano Sixto V lo hemos visto camino del trono pontificio en una comedia entera. Una alusión a su vida de pontífice hallamos en El Caballero de Gracia (3, 361b): Este es en quien ha puesto la silla de San Pedro su esperanza: si muere Sixto V, es manifiesto que le ha de suceder. En Quien da luego, da dos veces (6, 329a) juegan del vocablo dialo– gando: -¿Condenado? Ni aun de burlas. ¿Por qué? -Por alcabalero. -Por alcahuete, dirás. -Sí, que también el infierno, como el mundo, sin ser santos tiene su orden de terceros. Tirso de Molina, como algunos otros de sus contemporáneos, en torno al nombre de Francisc~ hizo danzar a improperios femeninos. Por ejemplo, a en La celosa de sí misma ( 1, 138c): Esta es mano, y no la otra, flemática, floja y fría, frágil, follona y fullera, fiera, fregona y Francisca.
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