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50 J ANSELMO DE LEGARDA visiones de asombro llenas, porque por ellas escriba la limpieza de la Aurora que vio el tierno Evangelista, y un segundo Apocalipsis, cuyas sacras profecías, siendo freno a pecadores, den a Espafia maravillas. No ha de haber Orden sagrada, sino una, en cuantas militan en el premio de la Iglesia, que esta devoción no admita. ¡Ea, fundadora noble! A Toledo el paso guía, para que esta Orden comience por dofia Beatriz de Silva. Vuelve a sonar música, desaparece todo y Beatriz dice: Milagroso lusitano, ¿por qué con tu ausencia eclipsas luces que mi fe alentaron? Oye, Antonio, espera, mira. ¿Es esto verdad, o suefio? Pero no, Virgen benigna. ¡Viva vuestra Concepción y quien la defienda, viva! (56b) La comedia acaba con la reaparición de Melgar y presencia del Rey y la Reina, dispuestos a acompañar a Beatriz a Santo Domingo el Real. Y, como en la comedia anterior, se nos promete segunda parte que segu– ramente tampoco llegó a escribir Tirso: Para la segunda parte, senado ilustre, os convida el autor con lo que falta de esta historia peregrina: la fundación, los milagros, regocijos, alegrías de la Concepción, y muerte de dofia Beatriz de Silva. Prescindimos aquí de la obra similar de Lope de Vega, como en la comedia primera prescindíamos de Matos Fragoso.

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