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LO FRANCISCANO EN EL TEATRO DE TIRSO DE MOLINA Al verse sola, Beatriz encomienda su alma a la Virgen: Si se ha llegado la hora, Virgen, protectora mía, de mi muerte, y las sospechas celosas la Reina indignan, disponedlo vos de modo, Sol del cielo, luz del día, que, quedando en pie mi fama, goce yo vuestras delicias. 45 Es el momento en que suena música y, en lo alto, en medio del tabla– do, aparece San Antonio de Padua prediciendo en un, brillante discurso el porvenir de Beatriz y de los defensores de la pura Concepción, entre los que descuellan los franciscanos hasta el hermano de Beatriz. Comienza tranquilizando a la fugitiva: Beatriz, no temas, sosiega, Francisco de Asís (que imita a Dios en vida y en armas, pues se honra con sus insignias) y yo, que soy de Lisboa, hijo y padre cuya estima dándome Padua su nombre a honrar a entrambas me obliga, somos los que te llamamos no a que la muerte te aflija, sino a alentar los intentos con que al cielo te dedicas. Está tan lejos la Reina, Beatriz, de ser tu homicida, que, viviendo largos tiempos, has de tener muchas hijas. Beatriz, como la Virgen de Nazaret, expone la dificultad: Soberano portugués, ¿hijas? ¿Cómo, si aunque indigna, la pureza he profesado que el virgen Dios tanto estima? En fe de esto he de encerrarme con sus esposas divinas en Santo Domingo el Real, si puedo, este mismo día.

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