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44 ANSELMO DE LEGARDA y dirigido a la Reina: no quiere correr segundos riesgos, busca la quietud de un monasterio. «Para mi propósito, ninguno mejor que el de Santo Domingo el Real de Toledo donde tengo parientes y noticia de la santidad con que se vive. Retfrome a él sin licencia de vuestra alteza, por dificul– tad de alcanzarla, pero con la obligación perpetua de pedir al cielo toda mi vida prospere la de vuestra alteza y la del Rey, mi señor, en cuya compañia goce años felices esta corona y después eterna». Ni aun así vuelve la calma al corazón de la Reina que muestra su desconfianza en diálogo con el Rey (49-52). Cambio de escena. Caminan Beatriz y Melgar, de pastores, mientras se oye dentro la voz de San Antonio de Padua: No huyas, Beatriz; espera, que, aunque disfrazada finjas lo que no eres, ya estás por nosotros conocida (53a). Beatriz se ve perdida, alcanzada por esbirros de la Reina que le den muerte. Melgar interpreta aquello como obra del diablo. A Beatriz los que van a sus alcances, le parecen dos frailes de San Francisco. También Melgar los conoce en las capillas y cordones, pero los toma por diablos disfrazados. Vuelve a oírse la voz de San Antonio dentro: Beatriz, aquieta; tu suerte no temas; nuestra venida más es para consolarte que para que te persigan. Pastora y pastor siguen temblando de pánico y Beatriz proclama que gozosa dará su vida ya, si ésa es la voluntad de Dios. Melgar en un largo parlamento publica que no está dispuesto a que lo bamboleen de un almendro, junto a Olías; se comprometió a acompañar a Beatriz a Toledo, no al otro mundo. Antes de desaparecer, encarga a su dueña: Si preguntare por mí esa frailada bendita y para que me confiese disponen que me aperciba, di que voy por una bula a Toledo o a las Indias, porque por ella me absuelvan; y adiós, que estoy muy de prisa.

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