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LO FRANCISCANO EN EL TEATRO DE TIRSO DE MOLINA en fe de que noble soy, porque ignori el Rey crueldades que ha ocasionado su amor. -No temas: fía en mi amparo. Libre estás. Al resplandor de los rayos que me visten, te saca mi protección. 39 «(Abrense las puertas y sale doña Beatriz. Y sobre eilas, en una nube, se aparece una Niña con los rayos, corona y hábito con que pintan a la imagen de la Concepción).» Continúa el diálogo: confiesa Beatriz que no conoce a la Niña, aun– que la llama Alba, Estrella, Luna, Sol. Si bien conoce «las» colores de su atuendo: Conozco, Niña, que son lo azul celeste y lo blanco las que mi gusto eligió en vanas ostentaciones y que dieron ocasión a no pocos disparates, mas ya son cuerdas por vos. La Niña se da a conocer: es la elegida desde el principio para Madre de Dios, la preservada sin mancha. Lo expresa la blancura de su vestido. También lo azul es su adorno, porque es Madre del Adán celeste; es mujer celeste, por eso va del cielo vestida. Beatriz confiesa aquella verdad y está dispuesta a perder mil vidas en su defensa. Beatriz la llama Reina y prosigue el diálogo: -Si soy Reina, como afirmas, ser mi dama ¿no es mejor que de la reina Isabel? -¡Ojalá me admitáis vos! -Las damas de mi palacio, Beatriz, siguen el olor de mi pureza virgínea y angélica incorrupción. No, como tú, el tiempo pierden, que tanto el cuerpo estimó, en galas y vanidades, incendios del torpe amor. -Yo os prometo, Aurora pura,

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