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38 ANSELMO DE LEGARDA refrendo de la Iglesia. En cambio desde 1976 veneramos en los altares a Santa Beatriz de Silva, que, sin mengua de su santidad, brilló por su deslumbradora hermosura en la corte, hasta el punto de tener que huir de ella. Hermosura enaltecida por las primeras palabras de la comedia de Tirso, «la hermosa doña Isabel», pues luego comprobamos que la belleza de la Reina queda eclipsada por la de Beatriz. Buscamos manifestaciones franciscanas en el teatro del mercedario, y así prescindiremos del desarrollo minucioso de Doña Beatriz de Silva (4, 9-58) y de los elementos que no hacen a nuestro propósito ahora. Según contaban, y la tradición quedaba reflejada en la comedia, la hermosura de Beatriz, dama de la reina de Castilla, esposa de Juan 11 desde 1447, ofuscó de tal suerte al soberano que la reina, Isabel de Por– tugal, se vio abrasada de celos. Para apagarlos no ideó mejor arbitrio que encerrar a su rival en un armario con un intento: Que estés encerrada y presa asi, donde, sin respiración ni sustento, muerta quedes; que de otra suerte no puedes satisfacer mi pasión (38a). Coma angustias, beba llanto hasta que muerta la llegue a ver. Y en ese encierro termina Beatriz la segunda jornada. Encerrada y silenciosa, pues ha prometido no dar voces para que nadie descubra aquella crueldad. En la tercera jornada pasamos a lo maravilloso: «Una niña, que ha de hacer de Nuestra Señora, dice desde arriba sin descubrirse, y responde doña Beatriz, encerrada en el armario» (42a). Dialogan: -¡Beatriz! -¿Quién es? ¿Quién me llama, que con regalada voz mortales ansias olvido, libertad es mi prisión? -Sígueme. -¿Seguirte? ¿Cómo, si tres días ha que estoy oprimida en la clausura de esta oscuridad atroz? Aquí me maltratan celos de una Reina que al rigor de su enojo libra llantos, venganzas a su pasión. Muda muero, ofensas callo,

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