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36 ANSELMO DE LEGARDA Dialogan Juana, el Nifío y San Antonio (280-281). Al decirle el de Padua si quiere tener al Nifío, responde ella: No soy digna, como vos, de ese bien; gozaos los dos, que, como en dichosos lazos, siempre le traéis en los brazos, parecéis Madre de Dios. Don Jorge, el del torpe amor, que al fin ha de ser un santo, según Juana (282b), entra en serias reflexiones sobre su pecado, la muerte, el juicio que le espera y termina con que nadie podrá «defenderme del trance riguroso de un Dios que es Juez severo y poderoso». Por eso le pregunta el lacayo: ¿Cómo es esto? ¿Ya hablas capuchino? (287a) Un «viernes de la Cruz y de la Semana Santa el día más misterioso», se pone Juana en una cruz, «crucificase» y tras recordar e invocar al Crucificado, exclama: ¡Ay, seráfico Francisco! ¡Quién con las insignias santas os viera que el serafín os dio por joyas preciadas! Vos, que imitación de Cristo sois; vos, en quien se retrata; vos, en quien su pasión pinta; vos, en quien puso sus llagas: venidme a ver y lloremos los dos al ver que maltratan los lobos nuestro Cordero (288b). «Aparécese San Francisco en cruz con el serafín, como se pinta» y dice: Contigo estoy, hija cara. Y ella prorrumpe en un grito: ¡Oh, alférez de Dios humano, dosel donde están sus armas, imitación de su vida, depósito de sus llagas! Desde aquí las reverencio. Mayordomo de su casa: vos sois sus pies y sus manos,

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