BCCCAP00000000000000000001009

34 ANSELMO DE LEGARDA ¿No sois vos embajador, Francisco, de Cristo mesmo y el rey de armas de su casa, pues en vos las suyas vemos? De casa de embajadores no sacan a ningún preso; pues defendedme, Francisco, que os quiebran los privilegios (216-217). Poco después, cuando, ya de monja, está dando gracias a Dios a solas, suena «música arriba y aparécense entre unas nubes Santo Domingo y San Francisco con sus llagas». Los dos compiten por ganársela. Dice Santo Domingo: Y yo en mi favor alego que ser mía pretendiste en mi amado monasterio el Real, que ilustra mi nombre y tanto estima Toledo y a quien tan devota fuiste (219ab). A los argumentos de uno y otro responde Juana: Divino predicador, perdonad, si veis que dejo vuestra sagrada blancura por estos pobres remiendos; que, como las cinco llagas, aunque pobre, guarnecieron con sus rubíes el sayal de Francisco, es ya sin precio. Dios es mi esposo, Domingo: si a Dios en Francisco veo, para estar siempre con Dios estar con Francisco tengo. Y volviéndose al «gran padre San Francisco», como ha dicho Santo Domingo, que lo tiene por hermano, continúa Juana: Vos sois mi santo, mi padre, mi refugio, mi remedio, mi regalo, mi descanso, y así vuestro sayal quiero (220a). Santo Domingo se abraza con el de Asís en señal de vencimiento. Entre el segundo y tercer acto transcurren dos años. Juana trabaja

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz