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22 ANSELMO DE LEGARDA Cambio de escena. El poeta nos traslada al pie del castillo donde está preso Césaro. Salen los músicos de pastores, y Sabina, de pastor, con caña, hurón y cuerdas. Fingen que andan a caza de vencejos. La música coopera al relajamiento principiado con la promesa del Papa y las pala– bras de Ascanio. Los músicos pintan la situación de Césaro, pajarico preso entre hierros duros. A una reja, como preso, se asoma Césaro: Sabina sigue viva en su memoria. Es una escena llena de lirismo. A despecho del disfraz, Césaro acaba reconociendo a Sabina, a la esposa de sus ojos, que con la caña le alarga los cordeles. Se oye dentro la voz del Príncipe: ordena doblar las guardas en la prisión de su hijo, mientras él acude a Roma llamado por Pío V. Fía de Alejandro la custodia del preso en su ausencia. Doblando las guardas espera forzarle a dar el sí a Octavia Colona: no sabe que es pedir lo imposible. La propia Sabina, escoltada por los otros pastores, se enfrenta con el Príncipe y le cae en gracia cuando le propone lo que ocurre con un vencejón (el Príncipe) opuesto a que un vencejo joven (Césaro) reciba por mujer a una venceja (la propia Sabina), y empeñado en casarlo con otra venceja nacida en mejor nido (Octavia). Sabina hace al Príncipe alcalde de los vencejos y le pide que juzgue el caso. El Príncipe sentencia: Digo, donoso pastor, que, como el vencejo quiera a la venceja primera, es bien pagalle su amor, por más que el padre lo impida. Y sentencio que la amada le goce y que desterrada la venceja aborrecida, aunque alegue más consejos, luego al momento se vaya, porque yo no sé que haya nobleza entre los vencejos (105a). Sabina concluye al punto: Esta vez os he cogido: contra vos es el proceso. ¿Por qué ha de estar por vos preso, viejo honrado y afligido, vueso vencejo, decí, si él a una venceja adora que en la sierra le enamora, y no puede dar el sí

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