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14 ANSELMO DE LEGARDA ¡Que el cielo, cuando más honra me trata en la vulgar opinión, por la vil persecución de la envidia así me abata! Huyendo de su malicia vengo al sacro tribunal del jüez pontifical, que sólo de su justicia espero lo que me niega la envidia en mi religión (85-86). Ascanio Colona reconoce a Fray Félix y se lo presenta a Marcelo con grandes elogios. Tampoco para Marcelo era desconocida su fama. El fran– ciscano explica su marcha a Roma, que es madre de perseguidos: Háceme contradicción la envidia, por ver en mí humildad en el linaje, letras en la juventud, premio y honra en la virtud y llaneza en el lenguaje. Hanme hecho predicador del Papa y llévalo a mal, señores, mi General. Huyo, en fin, de su rigor, porque ha mandado prenderme y, por desacreditarme, al Papa envía a acusarme. Y yo, queriendo valerme de mi justicia, he venido huyendo hasta la montaña (86b) . Se acordaba, sin duda, Tirso de Molina de los breves de Pío V en 1566 y 1567, cuando le hacía responder a Marcelo: ¡Oh, bien gobernada España, donde la Observancia ha sido la que echando a la Claustral tiene en ella firme asiento! (86b). Marcelo anima al perseguido, mientras Ascanio le promete interceder por él ante el Papa. Entran a descansar para ponerse luego en camino. Un criado saca la tiara de oro, la esconde entre unas peñas con intención de hacerse luego con ella. Sale Sixto y se pone a dormir sobre esas mis– mas peñas.
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