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510 ANSELMO DE LEGARDA voluntad, aunque esté vestida con el hábito de San Pedro o de San Fran– cisco, desnuda está delante de Dios su alma». Pero las páginas más espléndidas dedicadas por San Juan de Avila a San Francisco brillan en su sermón del santo rno. El manuscrito nos ha conservado una pieza oratoria exquisita, aunque, a decir verdad, en algu– nos pasajes no escuchamos al orador sagrado, sino a un actor excelente que representa para nosotros un auto sacramental inspirado en la vida de San Francisco. Modula y varía maravillosamente su voz y nos hace oír la de Dios, la del mismo Francisco, la de distintos personajes con quienes convive el santo de Asís o que se le cruzan en el camino. Parte del tema: «Alabo a ti, Señor, Padre del cielo y de la tierra, que escondiste estas cosas de los sabios y prudentes y las revelaste a los chiquillos». A San Francisco descubrióle un secreto: que lo hizo amigo de la pobreza, de mendigar, de pedir por amor de Dios. En la oración descubrió dos cosas: el abismo de su pobreza y flaqueza propia, y el de las riquezas grandes de Dios. Para que Dios nos dé, hay que pedirle como bajitos, como chiquitos, como lo pide un pobrecito al rico. Nos presenta a Fran– cisco como mercader, sordo, al principio, a la voz de Dios. Dios le da misericordia de los pobres y luego una enfermedad que le obliga a re– flexionar. En cuadros sucesivos va presentando diferentes episodios de la vida tras su conversión al Señor. Los muchachos y los hombres lo acosan como loco. Maltratado de su padre, compadecido de su madre. Renuncia ante el obispo. Andaba malo de todas las enfermedades toma– das como misericordias del Señor. Era muy amigo de música. Rogó a un fraile que tañía muy bien una vihuela, que le diera un poquito de mú– sica. Nunca lo quiso hacer, por más que le dijo. Aquella noche, estando señor San Francisco en su celda, vino grandísimo estruendo de música de vihuela, de ministriles, de cuantos géneros de música hay, por la calle; y no hicieron toda la noche los ángeles, que venían con gran música, sino andar calle arriba y calle abajo hasta que fue de día. No quiso ordenarse de misa. Mostraba una suma veneración del sacerdote. Tiembla de frío y su hermano le pide un maravedí de sudor. Parábola de la verdadera alegría. Oculta las llagas. Próximo a la muerte distribuye 1 30 BAC 103 (1953) 1210-1232. Parece claro que en esas páginas se nos ofrecen dos sermones: al de San Francisco, después del exordio, se le ha intercalado otro sobre el negarse a sí mismo, con su tema correspondiente, págs. 1211-1223, espacio en que no se cita para nada a San Francisco, mientras que las restantes páginas van esmaltadas con su nombre.

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