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HUELLAS DE S. FRANCISCO EN LA LITERATURA 509 En San Juan de Avila son más numerosas las alusiones. Primera~ mente 1 ·2 s en una carta se refiere a la frecuencia de comunión: «Ya sabe que San Francisco de Asís no comulgaba cada día, ni San Francisco de Paula, aun después de viejo, sino de ocho á ocho días». En otra carta, a una doncella se lo propone como modelo: «Vuestro galardón será Dios. Decid como San Francisco decía: Tanto es el bien que espero, que no siento el mal que tengo y sufro». Y entre sus reglas de espíritu, sobre vivir debajo de obediencia, añade: «Y porque hará esto mucho a vuestro propósito, acordaos cómo Santa Clara fue fidelfsima y subjeta hija a San Francisco». Más adelante 120 en un sermón se pregunta: «¿Quién hizo a un San Pablo y a un Santo Domingo y a un San Francisco y a otros santos dejar las haciendas y pasar pobreza, y ser despreciados y abatidos, y que los mochachos burlases de ellos y les diesen con el lodo en sus caras y les hiciesen otras muchas afrentas?» En el sermón de la Virgen de las Ni~ ves: «Y presentaste al Señor a Santo Domingo y a San Francisco, para que predicasen penitencia». En una plática a sacerdotes trae a cuento la redoma. No se atrevió a recibir la dignidad sacerdotal San Francisco, «el cual siendo rogado de muchos que, pues era ordenado de diácono, se ordenase de misa, yendo él por un camino pensando en esto y enco– mendándose a Dios, le apareció un ángel con una redoma muy clara, llena de un licor muy claro y muy resplandeciente, y le dijo: Francisco, tan clara como este licor ha de estar el ánima del sacerdote. Y era tan grande el resplandor del licor que San Francisco, con ser San Francisco, cotejando la limpieza de su ánima con la de aquel resplandor, le pareció no tener suficiente disposición para ser de misa, y nunca jamás lo osó sen>. En una plática a Padres de la Compañía aconsejaba: «Los que pre– dican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo cruci– ficado lo han de hacer y pretender; pues que dos hombres que escogió Dios para esto, scilicet, Santo Domingo y San Francisco, el uno mandó a sus frailes que tuviesen en sus celdas la imagen de Jesucristo crucifi– cado, por lo cual parece que lo tenía él en su corazón y que quería que lo tuviesen todos; y el otro fue San Francisco: su vida fue una imitación de Jesucristo y, en testimonio de ello, fue sellado con sus llagas». En plática a unas monjas advertía: «La persona que se está vestida con su 128 Obras Completas, BAC 89 (1952) 283, 927 y 1048. m BAC 103 (1953) 223-224, 1072, 1290-91, 1327 y 1392.

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