BCCCAP00000000000000000001008

508 ANSELMO DE LEGARDA Pedro de Rivadenaira 120 considera «con cuánto ardor deseó y procuró el martirio el seráfico San Francisco». En otro lugar 121 escribe: «Por esto decía el bienaventurado San Francisco que, si viera bajar a un santo del cielo y de otra parte a un sacerdote, primero hiciera reverencia al sacerdote que al santo». Y en una de sus cartas 12 ' 2 recuerda que San Francisco no quería obispados para sus frailes. Fray Francisco Ortiz, en sus Epístolas familiares 1 ·23 mienta la dispo– sición de San Francisco para obedecer al novicio y su declaración del padrenuestro. Juan de Pineda 124 elogia a su padre San Francisco: «Muy agudo me parece haber sido San Francisco, para ser idiota, dejando a su orden enjerta en la Silla de San Pedro, y pregonando que su regla era un tara– zón del Evangelio, porque, aunque todas las órdenes religiosas sean cato– licísimas y perfectísimas, la del pobre San Francisco barre al mundo entre cristianos y entre paganos, y la Silla Apostólica tiene la regla de este santo enjerta entre sus leyes canónicas; y los santos de esta orden, simple y vilísima entre los mundanos, tienen un favor entre los que los oímos decir, que nos mueve a tener al mundo por desabrido, viéndolos caminar tras aquel su padre, que tan bien caminó tras Jesucristo. Lo cual digo sin perjudicar a las otras santísimas religiones». Santa Teresa de Jesús " 25 compara: «San Martín, el fuego y las aguas le obedecían; San Francisco, hasta los peces». En el códice toledano am– pliaron: «Hasta las aves y los peces». En otra obra me rememora otro episodio: «Es harto, estando con este ímpetu de alegría, que calle y pueda disimular, y no poco penoso. Esto debía sentir San Francisco cuando le toparon los ladrones, que andaba por el campo dando voces, y les dijo que era el pregonero del gran Rey; y otros santos que se van a los desiertos para poder apregonar lo que San Francisco, estas alabanzas de su Dios». En la misma obra 121 menciona aquella hambre que «tuvo Santo Domingo y San Francisco de allegar almas para que (Dios) fuese alabado». 120 Tratado de la tribulación, I, XXII, BAE 60, 402. 121 Tratado del príncipe cristiano, 35, BAE 60, 512. 122 BAE 60, 602. ,23 BAE 13, 257 y 259. 1.24 Diálogos familiares de la agricultura cristiana, XXXI, XXXV, BAE 170, 206. 125 Camino de perfección, 31, BAC 120 (1954) 156. 126 Moradas sextas, VI, BAC 120 (1954) 446. 121 Moradas séptimas, IV, BAC 120 (1954) 492.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz