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HUELLAS DE S. FRANCISCO EN LA LITERATURA 507 ha llegado a la unión del divino amor, siente una plenitud y henchimiento de todos los bienes «que le hace decir de todo corazón lo que San Fran– cisco en toda una noche repetía: ¡Oh, mi Dios y todas las cosas; oh, mi Dios y todas las cosas!». Luego 115 enaltece la pureza del seráfico: «Dice San Buenaventura que el padre San Francisco había llegado a tan grande pureza, que su carne parecía de un niño recién nacido, y muy semejante a la que tuviera en el estado de la inocencia». Vuelve a recordar 111 " cómo enviaba San Francisco a sus frailes, y su recomendación de que no mataran el espíritu de la devoción. Y en otro libro 117 pondera el mismo fray Luis de Granada la atención interior: «Así se dice que lo hacía el bienaventurado San Francisco, de quien escribe San Buenaventura que era tan particular el cuidado que en esto tenía, que, si andando camino lo visitaba nuestro Señor con alguna aprticular visitación, hacía ir adelante los compañeros y él estábase quedo hasta acabar de rumiar y digerir aquel bocado que le venía del cielo». Fray Hernando de Zárate 118 trae a colación la enfermedad y muerte del de Asís: «Por esta puerta entró San Francisco por una enfermedad ... San Francisco, primero que fuese perfecto, tuvo una gravísima enferme– dad, donde lo aprendió a ser, como cuenta Marullo ... San Martín se mandó poner en tierra, diciendo que ésta era muerte de cristianos, y lo mismo hizo San Francisco desnudo en tierra». Fulgencio Afán de Ribera 11 " lo presenta como modelo: «Cuando pre– tendas algo para ti o para tus parientes, en viendo que no se compone bien la cosa, clava los ojos en una pintura de las que hubiere en la pieza, y haz una exclamación, verbi gratia: ¡Oh, buen San Francisco, y qué ajeno viviste de estos devaneos y vanidades que el mundo aprecia! ... Y así cuando te propongan el ser clérigo, tienes la respuesta en la mano de que no sabes latín y eres ya grande para estudiarlo; y para quedar mejor y más bien opinado en la virtud, agárrate de la redoma que mostró el ángel a San Francisco, y dando cuatro o cinco zampuzones en el abis– mo de tu indignidad, te acreditas de humilde. y contemplativo, y quedarás como un cuarto». 11,,; V, 18, 1, BAE 6, 705. 1110 BAE 8, 117 y 118. 111 Oración y consideración, BAE 8, 20. 11s Discursos de la paciencia cristicmn, BAE 27, 4fi4, 664 y (i76. 110 Virtud al uso y mística a la moda, BAE 33, 447 y 456.
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