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HUELLAS DE S. FRANCISCO EN LA LITERATURA El lobo· alega lo crudo del invierno y el hambre. Por lo que hace a la sangre, la fiera no olvida las· escenas de caza: ...y a más de uno vi mancharse de sangre, herir, torturar, de las roncas trompas al· sordo clamor, a los animales de Nuestro Señor. Y no era por hambre, que iban a cazar. Francisco responde: «En el hombre existe rriala levadura. Cuando nace, viene con pecado. Es triste. Mas e1 alma simple de la bestia es pura». La presencia del pecado en el hombre es una concesión de Francisco que no olvidará el acusado. Tendiendo la pata al hermano de Asis, pro– mete el lobo dejar en paz a rebaños. y gente. El santo y la fiera se van a la aldea y ante el pueblo reunido, maravillado de lo que ve, explica Francisco el acuerdo a que han llegado, acuerdo que también la gente se compromete a cumplir: lo tratarán bien, le darán de comer. Y luego, en señal de contentamiento, movió testa y cola el buen animal, y entró con Francisco de Asís al convento. Sus vastas orejas los salmos oían y los claros ojos se le humedecían. Y cuando Francisco su oración hacía, el lobo las pobres sandalias lamía. Salía a la calle, iba por el monte, descendía al valle, entraba en las casas y le daban algo de comer. Mirábanle como a un manso galgo. En la versión tradicional el relato nos aseguraba que el lobo, a los dos años de vida ejemplar, murió de viejo y los ciudadanos lloraron su muerte. Rubén Darío dio otro sesgo a la historia en su poema. Un día Francisco se ausentó. Y el lobo dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, desapareció, tornó a la montaña y recomenzaron su aullido y su saña. Vuelve al pueblo el santo y escucha las quejas de la gente. Marcha en busca de la alimaña y la halla junto a su cueva. Se encara con el lobo perverso que ha vuelto al mal. El lobo replica con un largo parlamento

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