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6 F. de Mendoza,-EL ORNA_TO ARQUITECTÓNICO DE ESTÍBALIZ vedad tampoco en la colocación de los vanos ~e acceso. Así, pues, los tres ábsides miran al· oriente, la puerta principal se abre en el brazo de crucero al mediodía y la otra puerta corresponde al oeste. En la intersección de ambas naves se eleva un cuerpo cuadrado, que hace oficio de lucerna. Los pilares presentan en sus frentes medias columnas, que reciben los arcos ligeramente apuntados. También son apuntadas las bóvedas. Los arcos diagonales del cuerpo elevado del centro descansan, no en semicolumnas colocadas en los codillos, como sería lo razonable, sino en apoyos embebidos en el arranque del citado cuerpo. Esta falta de lógica constructiva indica acáso que no se pensó en tal elevación al delinear los planos. ¿Obedece la construcción de este aditamento al deseo de iluminar mejor las naves en su parte central? ¿Fué la intención de ennoblecer el recinto? Ambas cosas probablemente. En el mismo caso está la basílica de Armentia, que desarrolló su obra con más valentía y mayor adorno. La imposta general es sencilla, sin otro ornato en sus molduras que una doble línea de perlas. Los capiteles historiados del interior nos dan el pensamiento culminante que presidió en la erección de la iglesia. Representan, en escenas sin solución de continuidad alguna vez, la tentación en el paraíso, la caída y sus inmediatas consecuencias, principio de los males del género humano; la Anunciación a María, aurora de la redención. Si la altura general es razonable, en el encuentro de los brazos de la cruz toma mayores vuelos al elevar el cuerpo de sección cua– drada, que da aire y cierta majestad al recinto. El exterior acusa fielmente la estructura interna. Situándonos frente a la puerta principal, que es la verdadera fachada, obser– vamos que es muy notable la· asimetría entre las partes del edificio situadas a derecha de la fachada o las que caen a la izquierda: dife– rencia de trazado y de elevación, diferencias de importancia a~qui– tectural. Forma lógica, si se quiere, deducida de la función respec– tiva que desempeñan una y otra parte, mas poco grata a la vista. Si este principio se aplicara en su integridad a todo el edificio, no sería razonable el adorno espléndido de la fachada comparado con el sobrio del interior, que, en su cabecera principalmente, como parte más significativa, debería haber agotado los recursos del ingenio.

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