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F. de Mendoza.-EL ORNATO ARQUITECTÓNICO DE EsTÍDALIZ 27 y postizo. Al empaque de allí responde la naturalidad de aquí, la cual, si por carta de más o carta de menos, no da siempre la justa medida, tampoco echa mano de lo teatral e hiperbólico en la orna– mentación. Justo es que veamos en todos estos adornos, princi– palmente en las figuras de las jambas, la frescura de un arte pri– maveral. La vida que ahí late y comienza a manifestarse no sufre la rigidez y sequedad bizantinas ( 1). Y menos aún la tristeza pega– josa que van sembrando aquellos artistas en los alrededores del Bósforo alegre, en Roma o en las orillas del luminoso Adriático. ¿No es verdad que hay aquí promesa de felices días para un arte que comienza a mirar con q.riño la naturaleza vecina y suelta las ataduras seculares? Por otra parte, .la imaginación en el hombre no deja de ser un magnífico don del Criador, y aunque es difícil educarla, no es lógico tenerla inactiva. Ciertas son en Estíbaliz las reminiscencias de un arte que quiso absorber todos los adelantos constructivos conocidos. Hasta qué punto son directas o indirectas estas reminiscencias, como otras de diverso origen, asirio, persa, copto, etc., dígalo el que sepa. No hay quien conozca debidamente las misteriosas vías que recorre el arte al cabo de los siglos,· como no hay botánico capaz de expli– carnos las trasformaciones que sufre una variedad de rosas en la sucesión de años y de climas. ¿De una misma raíz del árbol no surgen con frecuencia varios brotes, que al elevarse se separan cada vez más y toman formas muy diversas? Evidente es el origen oriental, acaso asirio, de los entrelazos perlados, sobrepuestas las perlas o llenando, como entre los griegos, los senos de las curvas. Del vestido pasaron las perlas como ornato y signo de riqueza a otra clase de adorno: el vegetal. A su vez el vegetal, perlado o no perlado, sirvió de adorno al vestido. Y así las cuadrifolias qué! en Estíbaliz aplastan sus pétalos contra el fuste de las columnas, formando como una cruz de brazos iguales, adornan la vestimenta en un marfil bizantino, el llamado del Rey de Francia en la Biblioteca Nacional de París. Siglos antes que en Estíbaliz se emplea también en Occidente el adorno perlado, y un ejemplo puede verse en el Museo Cristiano de Brescia. Frecuentemente em– pleados en labores de estilo lombardo, conocidísimo en otras de procedencia árabe, fué haciéndose más raro en el período románico. (1) No todas las obras bizantinas están reñidas con la vida, como puede atestiguarlo en Rávena el fresco de Teodora, de tan penetrante mirada.
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