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14 F. de Mendoza.-EL ORNA'.(O ARQUITECTÓNICO DE EsTÍBALIZ refleja en sus ojos y en sus palabras. Si puede haber inconsciencia de los propios méritos, también la hay de muchas faltas. El arte presenta los mismos repliegues que la naturaleza. Es posible que el autor de la puerta se hubiera admirado de ciertas alabanzas que nos ha merecido su obra, como es fácil que protestara si hubiera oído decir que seguía principios de un arte decadente. Van estas observaciones en obsequio de la verdad, a quien se deben el crítico y el artista. Mirando fríamente las cosas, el principal defecto que hallamos en la puerta es el recargo de adorno. Todo está adornado: fustes, ábacos, jambas, arco. Si las líneas arquitectónicas no aparecen ahogadas, pierden no obstante algo de su gallardía. Que la profusión puede dañar a J.a claridad es fácil de comprenderlo. Que el adorno multipli– cado pierde de su valor, que la yuxtaposición impide que luzca debi– damente, salta a la vista. Y el espíritu, solicitado a la vez de todas partes, termina por fatigarse y deja de prestar atención sostenida. Casi esto y por borrar lo que acabo de escribir. Acaso, acaso tuvieron razón los que hicieron todo esto. ¿Para quiénes edificaban y tallaban? Para sencillos labriegos y pastores, que no les pedían arte, sino imágenes y adornos, muchos adornos. El número es una gran cosa para las gentes sencillas. ¿Cumplían bien su fin, en lo que daban de sí los tiempos y circunstancias, estas labores, que no se hicieron para nosotros ni para satisfacer nuestras inaguantables exigencias de refinados? ¿No ha de haber también un arte para los pequeños? Por otra parte, es difícil contenerse en la sobriedad cuando la excitación del sentimiento preside y está en ebullición la fantasía. Si la brevedad suele estar reñida con la claridad, tampoco vive en paz con la energía del sentimiento, qüe se desborda como líquido que hierve. Tal vez no sea de equidad condenar en Estíbaliz al que desde la portada nos quiso decir muchas cosas que él sentía acerca de la grandeza de la Virgen. La veía simbolizada en la naturaleza; la descubría en profecía repasando el Testamento viejo; consideraba su· excelencia en su cualidad de Madre de Dios. ¿Eran bastantes unas pocas piedras para grabar perceptiblemente tantas ideas, sin que perdieran de su trabazón, brillo y grandeza? Dejemos como está la puerta con su lirismo ánimado y redun~ dante, del cual emana como una simpatía oculta, como de otras obras el hastío. ¡Oh frialdades académicas!

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