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12 F. de Mendoza.-EL ORNATO ARQUITECTÓNICO DE EsTÍBALIZ tación se desarrolla opulenta y se esponja el acanto; el núcleo queda cubierto del todo o casi del todo; bórranse en alguno de. ellos las aristas, adivínanse en otros, iníciase en uno la voluta que recuerda lejanos modelos jónicos; unde el cincel su filo, y el juego valiente de luz y sombras hace _apreciar el modelado, bastante correcto. Ni la altura ni el diámetro de los capiteles son exagerados. (Véanse figs. 4 a 8. -Las figuras 5 y 6 corresponden a dos caras del mismo capitel.)-En las arquivoltas usa promiscuamente el autor de ador– nos vegetales e inanimados. (Fig. 9.)-EI acanto en la arquivolta que lo lleva está tratado de muy diversa manera que en los capiteles. Tiene de cómodo el vástago serpeante que se le puede alargar indefinidamente, retorcer a voluntad, ampliar la onda, destacar hojas o hilitos para llenar espacios. Generalmente la aplicación de este adorno es simétrica, aunque la naturaleza proteste de ello, como de los demás convencionalismos de forma. Ese sarmiento, que así alarga su tallo en Estíbaliz, tiene escasa fuerza para agrandar y vigorizar sus pobres hojas ni su menguado racimo, que probablemente no madurará del modo debido. Pobre ofrenda del artista al Señor de las plantas, de las flores y de los frutos! Pero mientras el sarmiento siga verde ¿quién pierde la esperanza? En las imbricaciones de los fustes de columnas alternan las rosáceas de cuatro pétalos con la labor de cestería, de tal modo colocadas unas y otra que forman losanges a todo lo largo de la superficie. Esta adaptación geométrica en los fustes, en las jambas, y, más o menos, en toda la puerta, es muy propia de qtlien sacrifica · el ornamento a las exigencias arquitectónicas. ¿Por qué olvidar · alguna vez este sano principio y recargar de adorno miembros que sin él lucirían mejor la propia forma? ¿Qué más simple que una cuadrifolia? Pero aunque sin color ni aroma, tiene en la piedra el aspecto de algo vivo en la naturaleza; es delicada, evoca sensaciones agradables. Nuestro espíritu se pone fácilmente en contacto con estas buenas flores, que nos cuentan tantas cosas exquisitas. Ese era el camino verdadero del arte deco– rativo. El artista que tuviera el sentimiento de la naturaleza florida estaba en condiciones de decirnos tan bellas cosas...! Las varia– dísimas formas, unas veces acusadas, otras perdidas; unas desarro– lladas, prometedoras otras; juegos de luz y sombras, que un cincel experto podrá fijar en la piedra con la sencillez de una naturaleza tan inconsciente como sabia, tan fuerte como delicada; agrupa-

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