BCCCAP00000000000000000001001

P. VIDAL PEREZ DE VILLARREAL dedicación plena al trabajo y a la familia, por su tenacidad y talento natural, desarrollando artilugios artesanales personales suficientemente perfectos, para, por ejemplo, medir el cau– dal de agua del canal que alimentaba la turbina horizontal de su secular molino harinero. En sus estudios de hidrodinámica lo recordaría con admiración más tarde el Padre Jorge, en las aulas de la Universidad de Madrid. ¿Conoció el niño Casto la ceguera de su padre? Era el más joven de diez hermanos; muchas veces le escuché emocionado cómo su pa– dre había nacido ciego (con cataratas congénitas) y cómo recuperó la vista a los 45 años de edad, gracias a una intervención "milagrosa'', subrayaba el Padre Jorge, del doctor Ascunce. Pronto aprendió de su padre el manejo de cuantos instrumentos utiliza un sencillo moli– nero de molino de agua: las clases de piedra, el "picado" de las mismas, la artesanía paralela carpinteril que ocupaba sus ratos de ocio o la pesca de alguna sabrosa trucha de las que tanto abundaban en su río y en su aceña molinera, donde pronto comenzó a brillar el nuevo sistema eléctrico de iluminación que más tarde habría de explicar a multitud de alumnos en sus clases de física del bachillerato argentino y español. Y junto a su padre aprendió música, uno de los ingredientes sustanciales de su vida; porque Ventura lnza, el molinero de Riezu, manejaba muy bien una hermosa guitarra, acom– pañando canciones populares de sus antepasados y suyas propias, a coro con su esposa y el inacabable grupo de hijos e hijas en las sobremesas de los días de fiesta; porque además el señor lnza, (Don Ventura}, el molinero, sabía solfeo; no era de los que tañían las cuerdas de su pequeño instrumento musical siguiendo una inspiración más o menos instintiva y con– sonante, adquirida con la práctica y la imitación de otros jóvenes del país. El nacimiento del arte en la historia de la humanidad es un tema de estudio acuciante, al igual que la necesidad de lo bello, tanto en las colectividades como en el individuo; en la vida del Padre Jorge, el refinado sentimiento estético de la música comenzó en cuanto sus oídos infantiles captaron las primeras melodías interpretadas por su padre al son de su vieja guitarra; aquí quizás no tuviese tanta importancia la voz de su madre Brígida, las cancio– nes de cuna o las de su pequeño templo parroquial, tantos años regido por el tío de su madre. Para cuando comenzó a frecuentar la pequeña escuela rural del pueblo, ya conocía mu– chas cosas que hicieron de él el más prestigioso alumno del grupo escolar de Riezu. A los doce años, cuando ya sus brazos podían levantar las pesadas "sacas" de harina que preparaba su padre, una sombra misteriosa que él pudo descifrar mucho más tarde, lo trasplantó al centro de formación de religiosos y sacerdotes capuchinos, ingresando en el Convento que éstos habían abierto en Pamplona, para ser trasladado inmediatamente al re– cién inaugurado seminario de la localidad de Alsasua en Navarra, cruce de caminos entre Alava y Guipúzcoa y muy cerca de Vizcaya; era el año de 1906 y pertenecía al primer plantel de aspirantes reunidos en aquella casona próxima a la siempre gris estación del ferrocarril del norte. Terminados los trámites normales de toda carrera sacerdotal y religiosa, en este caso residiendo sucesivamente en Sangüesa (Noviciado), Hondarribia (Filosofía) y Pamplona (Teo– logía), una vez profeso, dio término a su andadura, ordenándose de sacerdote el día 22 de diciembre de 1917; tenía veintitrés años. 302

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz