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A Don Vicente Zaragüeta y su Señora Doña María Teresa Zulaica, sin los que no hubiera podido llegar amadurez esta florecilla seráfica. Al dar inicio a estas líneas, me es imposible dejar al margen del biografiado Padre Jorge de Riezu (Casto lnza Arbeo) al Padre José Antonio de San Sebastián (P. Donostia), para el que y con el que vivió siempre el Padre Jorge. Y aquí es donde cabe mejor que en ningún otro lugar la frase de Eugenio d'Ors: Torna, amigo, a llenar el sitio en sombra que ya siempre ha de aguardarte, exaltado un día con el prestigio de tu presencia, que pudo grabar en los más íntimo de su ser el Padre Jorge el día de la muerte del Padre Donostia, aquel nunca leja– no día 30 de agosto de 1956. Ha pasado ya un tiempo discrecionalmente aceptable para olvidar los ritos y ceremonias subsiguientes a la muerte del Padre Jorge; tras el duelo, vinieron las loas a la persona falleci– da, para dejar, en los que realmente le conocimos, un sentimiento profundo de añoranza que va atemperando los normales y saludables procesos del olvido. La imagen del ser querido se incorpora a nuestra personalidad, haciéndole un hueco en ella y llevándole con nosotros el resto de nuestra vida. Esto es exactamente lo ocurrido entre los Padres Donostia y Riezu y, en menor escala, entre el Padre Riezu y mi vida actual, pletórica de recuerdos y de ense– ñanzas que hacen revivir brillantemente su imagen en mí. La RIEV (Revista Internacional de Estudios Vascos) quiere contribuir a presentar en sus páginas esta sombra gigante del Padre Riezu y darla a conocer a cuantos no tuvieron la suer– te de convivir sus afanes "seráficos", pues así era cuanto manejaba, pensaba y realizaba el Padre lnza. * * * Un poco de historia Sus vivarachos ojos comenzaron a observar la vida (siempre fue un agudo observador de la vida y de la naturaleza) en un pueblecito del Valle de Yerri, en la montaña de la zona media de Navarra; Riezu: manantial de aguas puras y abundosas que dan ahora vida a nume– rosos lugares de la zona seca de Navarra; a la vera de uno de estos riachuelos, en el molino "Ventura", nació en 1894 el día I de julio, un niño, último de una gran familia de diez herma– nos, recibiendo el nombre bautismal de Casto, heredando de sus padres, Ventura y Brígida, los apellidos lnza y Arbeo. Pocas veces le escuché algo o muy poco de su madre; en cambio, de su padre guardó siempre un recuerdo sumamente profundo, respetuoso y de envidiable admiración, por su 301

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