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P. VIDAL PEREZ DE VILLARREAL tarde sobre él; la voluntad y capacidad de su potencialidad creadora le hicieron lanzarse a múltiples facetas de su desarrollo cultural, espiritual y artístico. De esta época argentina nacieron varias traducciones publicadas por la editorial Des– clée de Brouwer de Buenos Aires; no había roto su relación con la ELE de Barcelona, y entre 1946 y 1947 aparecía la segunda edición de la Historia Bíblica que había preparado en Lecá– roz, pero ya quedaba lejos para contactar con su editora y hacerle cargo de sus nuevas pro– ducciones culturales, de temas espirituales en su mayor parte. Merece un comentario especial una de estas traducciones, la del Padre Garrigou-Lagrange, intitulada La Providencia y la confianza en Dios. Fidelidad y abandono. Publicada la traduc– ción en Buenos Aires por vez primera en 1943, el público pidió rápidamente nueva edición aparecida en 1945. Ya vuelto a Lecároz y enfrascado en la preparación de las Obras Musica– les del Padre José Antonio, le llegó un aviso de su fray Jacoba franciscana, alma y apoyo de la actividad del Padre Riezu en sus últimos largos años, de que en una librería de San Sebastián estaba en venta una nueva edición de esta obra del sabio dominico; hízose con un ejemplar y lo examinó detenidamente el Padre Jorge: ya había experimentado un disgusti– llo similar con motivo de la aparición subrepticia de la obra del Padre Donostia, Música y te– cla del País Vasco. Siglo XVIII. Una editora (estas páginas nunca quieren ser denuncia de nada ni de nadie) creyó oportuno y de actualidad el tema y publicó en 1980 una reedición de la misma obra, con la particularidad de que en la página de portada se suprimió el nombre del traductor; una edición posterior lo volvió a colocar en el lugar que le correspondía. Gajes del escritor que siempre se las tiene que ver con los verdaderos artífices del éxito de la obra: el editor y los distribuidores. Al final de estas páginas, presento un elenco de las publicaciones donde de una forma o de otra intervino la mano del Padre Jorge, porque, además de las citadas traducciones, también preparó para la misma editora bonaerense dos obritas, una de J. Maritain y otra de Tomás de Kempis, precursores de los aires del Concilio Vaticano 11. En 1944 publicó un opúsculo de 110 páginas (n.º 10 del Catálogo), en honor y recuerdo de su hermana, Sierva de María, Madre Teodomira, fallecida en olor de santidad; escogió un seudónimo que nos lleva al calor del hogar del molinero de Riezu, porque "Eiheralar" tie– ne en el país vasco francés el sentido de molino o artesanía molineril, y al recordar a su her– mana, no pudo menos de plasmar en su seudónimo, el canto insinuante del agua saltarina, tan delicadamente tratada por su padre Ventura, con toda la carga familiar que ese recuerdo llevaba consigo. ¿Buscó negocio editorial? Nunca; escribió siguiendo intensos impulsos apostólicos y como afirmación sincera de sus recuerdos del pasado; Juan Ramón Jiménez dedicó su obra "a la inmensa mayoría''; el Padre Jorge no la dedicó a nadie, pero todos hemos podido captar en sus páginas emocio– nes de su propia vida, identificándonos con el tema desarrollado por él, y, estudiándolo más y más, podemos penetrar mejor en lo más íntimo de la esencia de su doctrina o ella se cuela dentro de nosotros. En 1948 publicó un ramillete de flores del campo vasconavarro; lo denominó Flor de Can– ciones vascas, y lo reeditó en 1982 en San Sebastián. Quiero detenerme en la traducción que presentó en 1949 de la vida de San Francisco de Asís, escrita en francés por el Terciario Franciscano y sacerdote francés, de origen liba- 310

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