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274 EUM)GIO ZUDA'lRE, O. F. M. CAP. mo lo ha sido para el de las otras impugnaciones que inscribe en su "Idea". Como Cronista oficial, residente en Madrid, sabía muy bien lo que se urdía y ejecutaba a este lado del frente de batalla. 2) Por su contenido, que responde efectivamente a los slo– gan contenidos en la Proclamación) y que fueron el grito de com– bate (ya que no la auténtica razón) con que enardecieron los ca– pitostes al pueblo llano. 3) Por la mesura y brillantez de su estilo barroco y por su fuerza dialéctica. 4) En la dedicatoria al Principado de Cataluña, alude a sus aficiones literarias: "permitásele a un soldado que te escribe des– de la campaña, más atento a la obediencia militar, que a los libros que olvidé". A todo lo cual debe añadirse que Calderón militó en los cam– pos de Tarragona y que como poeta tan español y cortesano, mi– mado por los Reyes y el Conde Duque, no pudo tener a mengua emplear su ingenio en los mismos menesteres que un Rioja, un Quevedo o un Adán de la Parra. Nada obsta a su autenticidad que la obra se publicase como anónima, pues ni la Proclamación Oatólioa lleva firma de su autor, ni la Justificación Real) ni el Aristarco) ni la mayor parte de las muchas réplicas y contrarréplicas que se cruzaron entre los dos bandos; pues no se ventilaban asuntos personales ni se trataba tanto de establecer los derechos respectivos, cuanto de atronar el espacio con los baladros y voncinglería de la propaganda políti– ca, cuyo valor va acreditado no por la firma del ejecutante, sino por el sentir de la colectividad, expresado en razones más o me– nos especiosas. El escrito calderoniano es reposado y sereno. EL ALMA ESPAÑOLA DE CALDERÓN. Pocos poetas se han identificado con el sentir de su época y de su pueblo como Calderón de la Barca. Por vibrar al unísono con el latir de aquellas gentes, tan convencionales en su orgulloso
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